El 68 mexicano: limitaciones y alcances de una gesta heroica
Jimena Mendoza
“Cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver
los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa,
cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son
los estudiantes los que ocupan el proscenio”.
León Trotsky
Introducción
Amplio es el espectro de voces que se han pronunciado a propósito del
40 aniversario del movimiento estudiantil de 1968 y de la masacre del 2
de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Invita a la indignación
que connotados represores como el gobernador priísta Peña Nieto hablen
de los estudiantes asesinados como “héroes de la patria”, mientras los
autores intelectuales y materiales de la represión y asesinato de
cientos de jóvenes permanecen impunes, pasando su vejez en sus muy bien
montadas mansiones y recibiendo las pensiones vitalicias del Estado.
Estamos ante una verdadera “expropiación política” de las banderas del
´68, donde, a través de las instituciones, se intenta limar sus aspectos
más avanzados y radicalizados en ceremonias pomposas convocadas por los
distintos niveles de gobierno. José Narro, cómplice de la represión
contra el movimiento estudiantil de 1999, en su alocución a propósito de
este cuarenta aniversario planteaba: “Los jóvenes de entonces, no sólo
en México, sino en varias partes del mundo, se atrevieron a decir basta
al autoritarismo y a las estructuras verticales del poder, a decir no a
la exclusión y a la injusticia social. La primavera de Praga, el mayo de
París y el movimiento estudiantil de México fueron, entre otras,
expresiones del descontento con un mundo que ya no funcionaba. Nada
volvió a ser igual después del 68. Se aceleró un proceso histórico en el
que, al paso del tiempo, se derrumbaron bloques y dictaduras, cayeron
muros y terminaron bipolaridades” (1).
Junto a la “expropiación política” del ´68, existen distintos
análisis de las características del movimiento provenientes de algunos
de sus protagonistas. En primer lugar hay un lugar común compartido por
una pléyade de intelectuales que, aún habiendo protagonizado esta gran
revuelta juvenil, se han desprendido de su “penoso” pasado rojo para dar
paso a una suerte de discurso “contracultural”, donde lo que prima es
la crítica a la opresión en general, ocultando el carácter
tendencialmente anticapitalista de la lucha del Consejo Nacional de
Huelga. Hugo Hiriart, en una pequeña entrevista titulada La revuelta anti autoritaria plantea
que “En una función de teatro (…), una actriz cruzó desnuda el
escenario y se hizo tal escándalo que llegaron los granaderos a imponer
orden en el lugar. Quien oye esto no puede menos que estimar que en esa
escena están cifrados los hechos detonantes del 68” (Hiriart y Garín,
2008:18). No se puede negar su carácter radicalmente crítico
hacia la “cultura” mexicana reproducida por un régimen profundamente
conservador. Un Estado opresor de la diversidad sexual, de la libertad
de expresión en la prensa, de la expresión artística, apuntalado en su
senilidad en la moralina de la familia, el matrimonio, la propiedad y la
iglesia. Efectivamente, la juventud del 68, tendrá que ir
contracorriente, enfrentando la autoridad del pater famili,
aspirando a desarrollar en forma plena su sexualidad, reproduciendo y
creando nuevas formas de expresión musical, artística y recreativa, y
desafiando en la reafirmación de su libertad individual –que se vuelve
interés colectivo– el estatus quo. Como plantea Jean Baptiste Thomas en su artículo “Ce n´est qu´un debut, continuons le combat”,
estos jóvenes, tanto en Europa como en América Latina “(…) comparten en
cierto sentido una forma de vida. Tienen muchos rasgos en común,
empezando por cierto corte de pelo (…), vaqueros, camisas floridas,
camperas de cuero, afinidades musicales, intereses culturales y
geográficos por remotas e insospechables aldeas vietnamitas, laosianas y
camboyanas de la península indochina cuyos nombres aprenden de memoria,
cierta reactancia explosiva y eléctrica (como la guitarra de Jimmy
Hendrix) ante el orden establecido, el de la fábrica, de la
universidad, de la familia, en fin, de la sociedad en su conjunto,
expresando un proceso general de radicalización de la juventud tanto
estudiantil como obrera que va a confluir con un descontento obrero más
extendido”(2) (Thomas,2008:28). Es decir que, contra
toda concepción que sólo rescate su “estética”, el movimiento
estudiantil del ´68 en su carácter internacional y nacional, comienza
con el cuestionamiento radical a la “cultura dominante” para alcanzar
una conciencia tendencialmente anticapitalista. En México, esta
insurgencia se expresa concretamente contra el régimen del PRI que, en
su crisis, lanzaba despiadadas dentelladas contra toda disidencia de los
trabajadores y los estudiantes.
Por su parte, otra variante, que identificaremos como anti autoritarista, se
caracteriza por ver al movimiento del ´68 como el primer capítulo que
abriría el paso posteriormente a la “transición democrática”. Un ejemplo
de esto son las afirmaciones de Carlos Pereyra en la entrevista La costumbre de reprimir que
plantea que “El 68 aparece, pues, como culminación desmedida de una
lógica de gobierno que alcanza entonces extremos que obligan a su
revisión. Nadie podría garantizar que esa lógica fue eliminada para
siempre, pero la transición democrática cuyo despliegue es visible en
los últimos veinte años ha creado mecanismos de tolerancia y respeto a
la diversidad antes desconocidos. Al parecer, la historia avanza, en
efecto por el lado malo y la barbarie de 1968 creó condiciones de
posibilidad para el tránsito democrático” (Hiriart y Garín, 2008:24). La
lectura no es ingenua porque en última instancia, algunos de los
instrumentadores de la “transición pactada” fueron participantes de la
lucha estudiantil. Sin embargo, mientras el ´68 planteaba la dinámica de
una lucha anticapitalista, la transición democrática fue un verdadero
desvío del descontento de masas contra el priato. El carácter tramposo
de la transición se prueba en que ésta nunca llegó, ni para los
estudiantes, ni para los obreros, ni campesinos e indígenas y, a
cuarenta años, las “condiciones de posibilidad” que enmarcaron la
revuelta estudiantil siguen vigentes: la antidemocracia, la miseria y la
explotación.
Tanto la lectura “contracultural”, como aquella que reduce el
movimiento a una lucha por “más democracia”, no pueden explicar el
proceso profundo que implicó el despertar de una generación que tenía
como sus principales referentes la revolución cubana y la lucha
antiimperialista contra la guerra de Vietnam (3). De ahí que, al mismo
tiempo que el pliego petitorio del movimiento esgrimía consignas
eminentemente democráticas, todas las crónicas y testimonios dan cuenta
de una discusión profunda en su seno, de carácter estratégico, que
mostraba la posibilidad de que la lucha diera un salto en su
cuestionamiento al capitalismo. La “lógica de gobierno” de la que habla
Carlos Pereyra, no es más que la cara que adquiere el régimen de la
clase en el poder cuando su dominación está cuestionada por la lucha de
clases.
Paralelo a estos “dos grandes relatos” de la rebelión juvenil del
´68, se afianzó un discurso que, si bien sienta sus bases en un proceso
real, llega a conclusiones incorrectas. Según el mismo Hiriart en el
texto citado anteriormente “Un análisis cabal de las condiciones
sociales del 68 tendría que incluir una historia de la
sobreideologización de los 70, cuando todas las relaciones humanas se
vieron teñidas por la luz de la política, y cómo su radicalización
crítica alcanzó precisamente (¿Quién lo iba a decir?) la doctrina
marxista ortodoxa demoliéndola por todas partes y traduciéndose en un
desencanto y en una opacidad del pensamiento social (¿Dónde quedaron las
utopías que regulaban de algún modo los razonamientos y las acciones
políticas?) de los que todavía no salimos”(Hiriart y Garín, 2008: 19).
El autor realiza una trampa teórica: identificar el stalinismo con el
marxismo. Los comunistas van a ser ácidamente cuestionados por la
vanguardia del CNH; en las guardias, las barricadas, las brigadas, las
asambleas y hasta en la cárcel, los estudiantes van a intentar discutir
una estrategia alternativa a la de las ya degeneradas organizaciones
estalinizadas. Están fuertemente inspirados por la juventud de Praga
que, sin renegar del socialismo, se levanta en franca revuelta contra la
dominación burocrática del stalinismo.
De ahí que, el cuestionamiento del orden establecido, no fecunda en
un desencanto generalizado con el marxismo, sino con la dirección que lo
ha expropiado para degenerarlo. Sólo así se explica la emergencia
posterior al ´68 de nuevas organizaciones que se identifican con el
marxismo y las ideas revolucionarias. Esto no quiere decir que el
movimiento haya gestado una generación plenamente consciente y armada
con una estrategia cabalmente revolucionaria, que sentara las bases de
un partido de la clase obrera. Pero si podemos encontrar en la
multiplicidad de testimonios, una idea fuerza que buscaba abrirse
camino. Como dice Félix Hernández: “Una de las dificultades que hay que
reconocer en el movimiento del 68 es que desde el Consejo Nacional de
Huelga y desde la asamblea de cada una de las escuelas hicimos esfuerzos
por incorporar a otros sectores de la población, concretamente a los
asalariados, a los sindicatos” (Hiriart y Garín, 2008:219).
En el presente trabajo, intentaremos desmenuzar la dinámica del
movimiento estudiantil de 1968, haciendo una lectura crítica que nos
permita extraer las lecciones de sus aciertos y sus errores, en una
perspectiva que busque recuperar el objetivo de la revolución y recrear
el espíritu militante del movimiento. Utilizaremos para el entramado del
presente texto, varios de los testimonios de los protagonistas que, más
allá de sus filiaciones políticas actuales, dejaron un importante
trabajo documental y analítico de esta gran gesta de los estudiantes
mexicanos.
El 68 en contexto
Los últimos años de la década del sesenta plantearon un punto de
inflexión a nivel internacional. La estabilidad capitalista de los años
previos, conocidos como “los treinta gloriosos” tendía a quebrarse por
la acción de la lucha de clases, anticipando la fuerte crisis económica
que azotaría al sistema en la primera mitad de los 70´s. La insurrección
de mayo protagonizada por los obreros y estudiantes franceses, ponía de
relieve esta inestabilidad, en una de las “democracias modelo” de la
dominación burguesa. El año de 1968, será recordado como un año
revolucionario, producto de la acción insurrecta de sectores de los
explotados y oprimidos y en particular de la juventud. En México, el
llamado modelo de “sustitución de importaciones” había logrado cierta
estabilidad y crecimiento económico. Durante estos años, el Producto
Interno Bruto creció en una tasa de 3.01% per cápita anualmente
y la manufactura registró un crecimiento del 6.4% anual. Es a partir de
1967 que la economía internacional comienza una etapa de desaceleración
en las metrópolis y se desarrollan recesiones de carácter internacional
que impactarán en el conjunto de la economía. Eran los primeros
síntomas de una crisis capitalista, después de la fortaleza económica
que el sistema mundial había conseguido producto de las condiciones
estructurales que posibilitaron el boom, a la salida de la guerra mundial.
Sin embargo, como dijimos antes, sería la lucha de clases la que
comenzaría a corroer la estabilidad pactada entre las burguesías
imperialistas y la burocracia soviética. La lucha de liberación nacional
en Argelia fue abrazada con entusiasmo por la juventud francesa y de
todo el mundo, mientras el Partido Comunista Francés, en su profunda
adaptación a la “Quinta República” traicionaba las aspiraciones
independentistas de las masas argelinas. La revuelta antiburocrática en
Praga desnudaba el carácter contrarrevolucionario y represor del
stalinismo, que aplastaba con metralla los cuestionamientos por
izquierda que emergían en su “zona de influencia”. La juventud
radicalizada del mundo miraba como sus nuevos referentes a la revolución
cubana y al Che Guevara. El elemento más progresivo de esta empatía lo
tenía el hecho de que, en Cuba, la revolución socialista se había
impuesto a las aspiraciones “democrático burguesas” de su dirección y
que el Che había sentenciado el carácter socialista de las revoluciones
latinoamericanas. Bajo este ímpetu, se hacía evidente para sectores de
vanguardia, que el stalinismo se había convertido en el mejor
instrumento de la reacción y era necesario romper con los PC´s y hacerse
de una política efectivamente revolucionaria.
Aún más, estos sectores van a despertar a la vida política y la
militancia de lucha, conscientes de que aún al imperialismo
norteamericano se le puede derrotar. El “optimismo americano” comenzaba a
desmoronarse en Vietnam, cuando, a principios de enero de 1968, el
Vietcong lanzaba una fuerte ofensiva sobre Saigón y la embajada
norteamericana era atacada por un comando suicida. Ni la superioridad
militar ni el poderío económico, pudieron evitar que un pueblo heroico
hiciera retroceder al gigante, apoyado en la solidaridad internacional
de la juventud y sectores de trabajadores de todo el mundo.
Los antecedentes: agitación obrera y lucha estudiantil
En México, desde la década del ´50, el movimiento obrero comienza a
hacer una importante gimnasia de lucha contra el priato. El régimen,
sostenido sobre el férreo control de las organizaciones obreras a través
del charrismo sindical, comenzaba a dar signos de desgaste frente a la
deslegitimación y el descontento. El 4 de febrero de 1957, los
telegrafistas comienzan a reducir su carga de trabajo, en respuesta a la
demanda de aumento salarial presentada frente a la SCOP (4). Como
respuesta, el gobierno despide a 27 dirigentes telegrafistas, lo que
desencadena el paro de siete mil empleados distribuidos en 723 oficinas
que exigen la reinstalación de sus compañeros. Para el 10 de ese mes,
los paristas, organizados en asamblea, presentan un pliego de peticiones
que incorpora la reinstalación de los despedidos, cese de los
funcionarios, no a la represión a los paristas y desconocimiento de la
dirección sindical. Este último punto, va a ser el elemento común de los
procesos huelguísticos que emergerán en México bajo el dominio del PRI y
que comienzan a superar a sus direcciones burocráticas. Se trata de
huelgas muy duras, por fuera y en contra de las direcciones sindicales,
donde la propia dinámica de la lucha, arrastra a los trabajadores a
mayores cuestionamientos del gobierno y el Estado.
Para el 11 de febrero, la huelga de los telegrafistas recibe la
adhesión de los 320 operarios de Radio México. El gobierno decide
dividir a los trabajadores y ofrecer aumentos salariales por categorías.
Pero los trabajadores se niegan a aceptar el acuerdo al grito de
¡unidad! El día 14 de febrero, los trabajadores de Radio Chapultepec se
suman al paro. Para ese momento son ya 850 mil el número de mensajes y
giros no despachados y retenidos por la huelga. Sin embargo, bajo la
represión, las amenazas y el aislamiento promovido por las direcciones
sindicales, los trabajadores deben volver a sus labores. El 22 del mismo
mes, se reanuda el servicio y el primer mensaje que se emite desde
todas las plantas radiofónicas y las oficinas telegráficas va “en
atención al presidente” Ruíz Cortines, para que se resuelvan las justas
demandas de los telegrafistas. Finalmente, los trabajadores rompen con
su sindicato charro y comienzan a organizar un sindicato independiente,
logrando la satisfacción parcial de algunas de sus reivindicaciones.
De igual forma, luchas por salario que adquirían la fuerza de una
lucha contra la burocracia sindical, las dio el Movimiento
Revolucionario Magisterial. La lucha de los maestros, va a ser acogida
por los estudiantes de las escuelas normales y los trabajadores del
Instituto Nacional de Capacitación.
Pero el proceso huelguístico de mayor envergadura en este periodo,
será el de los ferrocarrileros, que fuera parte de las banderas de lucha
de los estudiantes insurrectos de 1968.
El 2 de mayo de 1958, aún bajo la presidencia de Adolfo Ruíz
Cortines, varias organizaciones sindicales conforman la Gran Comisión
Pro Aumento de Salarios, incluyendo a la dirección del Sindicato de
Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM). A pesar
de que el acuerdo de las asambleas sindicales fue exigir aumento
salarial de 350 pesos mensuales, los dirigentes comenzaron a “bajar” la
petición y finalmente negociaron con el gobierno una prórroga para
ejecutar el aumento de salario. Espontáneamente y desconociendo a su
dirección, los ferrocarrileros se lanzan a la calle el 24 de mayo y sus
secciones más combativas como la 13, 25, 26 y 28 difunden el “Plan del
Sureste”, llamando a los trabajadores a rechazar los 200 pesos de
aumento salarial y la prórroga pactada por sus dirigentes. Además, las
secciones combativas, llaman a desconocer a los líderes charros y exigen
el reconocimiento oficial de sus dirigentes elegidos democráticamente.
Finalmente el 26 de junio se realiza el primer paro ferrocarrilero, 40
secciones del sindicato expulsan a la burocracia y forman el Comité
Ejecutivo por Aumento de Salarios, dentro del cual se encuentra Demetrio
Vallejo. El paro general ferrocarrilero, que paraliza todas las vías
férreas nacionales será el 1 de julio y obtendrá un triunfo parcial
consiguiendo aumento de salario, la expulsión de la burocracia sindical y
el reconocimiento de la nueva dirección, encabezada por el mismo
Vallejo.
Sectores cada vez más amplios de las masas obreras estaban muy
inquietos. La lucha ferrocarrilera había demostrado dos cosas: que se
podía torcer el brazo al gobierno y ganar mejoras laborales, y que se
podía expulsar a los charros. El de 1958, es el año en que los
petroleros de las secciones 34 y 35 expulsaron a sus dirigentes charros y
en que el magisterio combativo del MRM enfrenta sin tregua a la
dirección del SNTE para disputar la dirigencia de la sección 9 del
Distrito Federal.
Para la toma de posesión de Adolfo López Mateos, ya el país estaba
imbuido de una agitación obrera. Los telefonistas realizaron paros
escalonados, los ferrocarrileros emplazaron a huelga por
reivindicaciones laborales. Las empresas se negaron a responder sus
exigencias y 74 mil trabajadores del riel volvieron a la huelga
nacional. El gobierno declaró inexistente la huelga y las empresas
comenzaron los despidos masivos. El 28 de marzo, mientras se celebraban
masivas asambleas en locales sindicales y estaciones, el gobierno lanzó
una operación militar cercando alrededor de 15 mil trabajadores y
realizando aprehensiones en masa que llenaron los cuarteles de presos
políticos. El secretario de organización del sindicato, Gilberto Rojo
Gómez, llamó a los ferrocarrileros al trabajo y anunció que el gobierno
se había comprometido a dejar en libertad a los presos. Una vez
desarticulada la huelga, el mismo Rojo Gómez es encarcelado.
Durante el mandato de López Mateos, se fueron a huelga los pilotos de
las principales compañías aéreas organizados en la Asociación Sindical
de Pilotos Aviadores (ASPA), los trabajadores del Sindicato Nacional de
Trabajadores Azucareros, los obreros textiles y los telegrafistas,
sumando aproximadamente 2358 huelgas, la mayoría de ellas contra las
direcciones sindicales priistas. De igual modo, a pesar de las derrotas,
durante el periodo de gobierno de Díaz Ordaz, fueron los profesionistas
médicos y maestros universitarios, los que protagonizarán movimientos
huelguistas de gran envergadura.
El movimiento estudiantil no fue inmune a esta agitación y durante la
década previa a la irrupción de 1968, protagonizó importantes procesos,
además de la creciente solidaridad de la juventud con las luchas
obreras, que se evidenció con mayor fuerza en el apoyo a la lucha
magisterial. El más emblemático de estos procesos es conocido como “el
movimiento de los camiones” frente al aumento de tarifas, que si bien no
implicó la paralización de actividades en las universidades, si
estableció los primeros lazos de unidad entre los estudiantes del IPN y
de la UNAM, y la solidaridad de sectores populares con los estudiantes.
Según Gilberto Guevara Niebla, el movimiento de los camiones tuvo las
siguientes características: “(…) la unión entre obreros y estudiantes
fue bloqueada por la política oficial (los estudiantes recibieron de la
policía trato diferente al que recibieron los obreros, como lo demuestra
la represión contra petroleros del día 29 y por la política de los
dirigentes estudiantiles; (…) el movimiento incorporó a estudiantes de
las dos redes de instituciones públicas de educación superior: alumnos
de la UNAM y del IPN y (…) se perfilaron en este conflicto vanguardias
de estudiantes politizados que pugnaron por articular la lucha
estudiantil con las luchas obreras. No obstante sus limitaciones, este
movimiento fue el heraldo histórico de la insurgencia estudiantil de los
años sesenta” (Guevara Niebla, 1988:25). Para 1956, los
estudiantes del Instituto Politécnico Nacional se lanzan a la huelga la
cual es coartada por la intervención del ejército, la toma militar de
las instalaciones y la aprehensión de sus principales dirigentes.
El movimiento de 1968 no cayó del cielo, si no que es el resultado de
un largo proceso de agitación obrera y estudiantil contra un régimen
antidemocrático, que sustentó el tan mentado “desarrollo estabilizador”
en la explotación de millones de trabajadores y en coartar las
libertades democráticas de la juventud. Las experiencias de lucha de la
clase obrera y la juventud permitieron una acumulación de experiencia
que estalló a finales de los ´60 y se expresó en las luchas de los ´70.
La represión enciende la chispa
Como es sabido, el detonante inmediato del movimiento de 1968 es la
represión. El régimen asentó su dominación sobre la base del garrote,
reprimiendo de forma despiadada tanto a los trabajadores disidentes como
a los estudiantes. Éstos últimos sufrían en lo cotidiano una suerte de
“criminalización de la juventud”, siendo agredidos en conciertos,
festivales y partidos deportivos por la policía. Del 22 al 30 de julio
de 1968, la represión da un salto y también la respuesta de los
estudiantes. Después del “incidente” en la Ciudadela, donde un grupo de
jóvenes de una preparatoria privada se enfrenta a estudiantes de las
vocacionales y son agredidos por la policía, los siguientes días van a
estar signados por la cada vez mayor intervención policial en
preparatorias, plazas públicas y encuentros estudiantiles. Con descaro,
la policía capitalina arremete contra el IPN, las vocacionales, la
preparatoria nacional número 5 y contra las movilizaciones estudiantiles
del 26 de julio, a propósito de la conmemoración del asalto al cuartel
Moncada y en repudio a la violencia policiaca. La envergadura del
ataque, genera que los estudiantes ya no respondan pasivamente si no que
se atrincheran, levantan barricadas y resisten en las instalaciones
educativas con piedras, bombas molotov y desperdicios. Más importante
aún, la escalada de violencia empuja a los estudiantes a organizar
asambleas por escuela. Las viejas direcciones cooptadas por el PRI, como
la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, son desconocidas. Como
plantea Daniel Cazes: “En otra asamblea, la Escuela Superior de Economía
del IPN acordó parar y convocar a huelga general desde el lunes 29. El
Comité de Lucha exige: 1. Desaparición de la FNET. 2. Expulsión de sus
dirigentes y de seudoestudiantes miembros del PRI y agentes del
gobierno. 3. Desaparición de los cuerpos represivos. Se informó que 9
escuelas del IPN han integrado sus propios Comités de Lucha” (Cazes,
1993:25).
La policía capitalina no estuvo a la altura de la respuesta
estudiantil, y el gobierno decide la intervención del ejército al tomar
la preparatoria de San Ildefonso y la vocacional número 5, además de
lanzar una ofensiva militar sobre otras instalaciones universitarias.
Según el mismo Cazes, la madrugada del 30 de julio “soldados de la 1a.
zona militar al mando del general José Hernández Toledo tomaron las
Prepas 1, 2, 3 y 5 de la UNAM. Venían del Campo Militar No. 1 en yips,
camiones y tanques ligeros, armados con bazucas y cañones de 101 mm. A
bayoneta calada marcharon sobre los estudiantes que se refugiaron en sus
escuelas (Cazes, 1993:30). En la toma, los estudiantes
resistieron heroicamente con lo que tenían a la mano, con ayuda de
profesores y en algunos casos de los directores de los planteles, el
saldo de la toma militar de San Ildefonso fue de 400 heridos y mil
detenidos. Es en este momento cuando el rector Barros Sierra, producto
de la presión estudiantil, repudió la violación de la autonomía e izó la
bandera nacional a media asta en la explanada de rectoría. Se gestaba
así, un extendido apoyo democrático a los estudiantes. Por su parte, el
aparato del régimen, incluido el charrismo sindical, se pronuncia a
favor del gobierno. Fidel Velásquez, dirigente de la CTM plantea: “La
CTM apoya las demandas de la clase estudiantil si se relacionan con sus
intereses y se tramitan adecuadamente, pues vivimos en un régimen de
derecho y no es admisible que grupos sociales pretendan romperlo
aspirando a privilegios que no disfruta toda la población (…) la CTM
expresa enérgica condenación al estudiantado dirigido por agitadores
profesionales que quieren minar el orden y la autoridad del gobierno, y
llama al estudiantado de todo el país para que rechace injerencias
extrañas” (Cazes, 1993:37). La propaganda mediática, es
acompañada de detenciones clandestinas, tanto de dirigentes del Partido
Comunista de México, como de activistas estudiantiles protagonistas de
la defensa de las instalaciones universitarias. Pero la mecha está
encendida: la represión actúa como acelerador del proceso estudiantil
que cimbró al país y que concitó el apoyo de académicos y estudiantes
por todos lados de la provincia. El primer ejemplo de la extensión del
movimiento, se dio en la masiva marcha del 1º de agosto, encabezada por
el entonces rector Barros Sierra, que aglutinó a más de 100 mil
personas.
A pesar de la violenta represión, las desapariciones clandestinas y
la toma militar de instalaciones universitarias, el movimiento
estudiantil avanza en su cohesión y organización. El 4 de agosto se
publica masivamente el primer manifiesto de los estudiantes, que
incorpora la firma de la UNAM, el IPN, Chapingo y muchas otras
universidades públicas del país. El mismo, sintetiza los seis puntos del
pliego petitorio: 1) Libertad a los presos políticos 2) Destitución de
los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, jefes de la
policía capitalina y de Armando Frías, comandante de granaderos, 3)
Extinción del cuerpo de granaderos, instrumento directo de la represión,
4) Derogación de los artículos 145 y 145bis del Código Penal (que
tipifican el delito de disolución social), 5) Indemnización a las
familias de los muertos y a los heridos víctimas de la agresión desde el
viernes 26 de julio y 6) Deslinde de responsabilidades de los actos de
represión y vandalismo por parte de la policía, granaderos y ejército.
“Todos somos el consejo”
En las asambleas de algunas escuelas no ocupadas por el ejército se
resuelve la toma de instalaciones, asumiendo la iniciativa la Facultad
de Economía. Se organizan cursos de formación política y económica y
surge uno de los puntales fuertes del movimiento: las brigadas.
Conformadas por entre tres y cinco estudiantes se desplazan por toda la
ciudad a repartir volantes y hacer pequeños mítines informativos:
mercados, plazas públicas, fábricas, colonias populares, se llenan de
pequeños destacamentos de estudiantes (5). En los mítines, un llamado y
una expectativa se hace oír, Genaro Alanís, estudiante de vocacional
plantea en una manifestación: “La historia de la represión iniciada en
1942 contra el IPN y recrudecida en 1956, cierra su más negro capítulo
el 26 de julio de 1968”. Según Cazes en este mismo discurso, “se llama a
“combatir el charrismo sindical y estudiantil y a depurar los sistemas
viciados, mediante la unidad entre estudiantes y pueblo, porque ya es
tiempo de que marchen juntos hasta la victoria” (Cazes, 1993:42).
En las escuelas, han surgido asambleas, verdaderos órganos de
decisión democrática que, mediante delegados electos, organizados en los
Comités de Lucha, llevarán las resoluciones de la base al máximo órgano
de decisión: el Consejo Nacional de Huelga. El CNH aparece en la prensa
por primera vez el 8 de agosto, en un comunicado donde se informa que
el mismo, está compuesto por representantes del IPN y la UNAM en huelga y
de las universidades de Sinaloa, Baja California, Tabasco, el
Tecnológico de Veracruz y las Normales Rurales de todo el país. El CNH
se pronuncia además por que la resolución del pliego petitorio se de a
través del diálogo público.
El CNH es el elemento más avanzado de la insurgencia estudiantil de
1968. Utilizando un método característico de la clase obrera –que en
momentos álgidos de la lucha de clases, se organiza en forma democrática
para la toma de decisiones– los estudiantes sientan una nueva tradición
que permanecerá como sedimento en la conciencia de la juventud en
ascensos posteriores; la dinámica de la lucha, empuja hacia un
funcionamiento democrático para que el movimiento golpee como uno solo,
mediante delegados revocables que, sancionados por la base, respeten las
decisiones de los estudiantes que sostienen las tomas, las brigadas,
las cocinas y las barricadas. Luis González de Alba, en su novela
testimonial Los días y los años, relata con elocuencia lo que
significó esta poderosa herramienta de la lucha estudiantil: “También en
esos días quedó integrada la representación de las escuelas en huelga y
surgió el nombre que marcaría cada uno de los futuros acontecimientos:
el Consejo Nacional de Huelga. Nació con todos los defectos y virtudes
inherentes a un organismo demasiado vasto, heterogéneo y horizontal. En
pocos días la frase “todos somos el Consejo” cundió por las escuelas y
alcanzó las calles, las plazas. Se escuchaba en las intervenciones que
los brigadistas hacían en los mercados, a la salida de las fábricas, de
los cines, de los cafés, como un martilleo constante. En las épocas de
aparente calma, cuando parecía amainar la tormenta (aunque era sólo un
respiro), también desaparecía de la circulación la frase; pero bastaba
que una nueva creciente agudizara la represión para que,
automáticamente, el CNH se viera protegido por la coraza que los
estudiantes y la población ofrecían: “todos somos el Consejo” iniciaban
otra vez su ascenso, se internaban en la convicción de cada brigadista,
se proclamaba en cada mitin relámpago. Los estudiantes mexicanos, por
primera vez en muchos años, creían en la honestidad de una dirección
porque se sabían parte de ella; porque preguntas y proposiciones
formuladas por la asamblea de una escuela recibían respuesta al día
siguiente por boca de los propios delgados al CNH, y porque el mismo
Consejo había enarbolado una exigencia más, no la séptima, sino un
“transitorio” que señalaba el medio por el cual debían solucionarse las
seis demandas del pliego petitorio: diálogo público. En esta ocasión,
los estudiantes no verían defraudadas sus esperanzas” (González de Alba, 1984:59).
Efectivamente, la autoorganización surgida al calor de la propia
lucha, era el elemento de mayor fortaleza y sobre todo, generaba la
certeza de que las direcciones oportunistas no podrían fácilmente pactar
acuerdos a espaldas de los estudiantes. La toma de instalaciones y la
democracia asamblearia, politizan y cohesionan a una vanguardia que
discute, no sólo las medidas de la lucha por el pliego de
reivindicaciones, si no cómo generar un modelo autogestivo de
universidad y cómo tender puentes con los trabajadores y campesinos del
país. Esta forma de organización, será parte fundamental de la tradición
del movimiento estudiantil mexicano y reaparecerá en 1987 con la
emergencia del Consejo Estudiantil Universitario (antes de su
transformación en un apéndice del PRD) y en 1999 con la aparición del
Consejo General del Huelga. En particular, el CNH, tenía además a su
favor que se erigía como representación política no sólo de la UNAM y el
IPN sino del movimiento estudiantil a nivel nacional.
Lucha política y lucha estratégica: más allá de los seis puntos del pliego petitorio
Paralelamente a la autoorganización estudiantil, distintas corrientes
políticas intervinieron en el CNH, con mayor o menor responsabilidad
durante el proceso. Según Luis González de Alba, el CNH estaba dividido
en distintas concepciones políticas que agudizaban sus diferencias al
calor de la lucha: “En el fondo de este intento de politización se
encontraba una concepción radicalmente distinta del movimiento: para la
mayoría de los delegados, incluyendo a casi todos los politécnicos, se
trataba de obtener exclusivamente la satisfacción de las demandas; para
los universitarios, fundamentalmente los de Humanidades, se trataba de
demostrar que el gobierno era incapaz de resolver las demandas pues era
crecientemente reaccionario y rígido, por lo mismo, la principal tarea
del CNH consistía en dar al Movimiento la ideología adecuada para
prepararlo en determinados principios revolucionarios. (…) Ya en muchas
ocasiones la izquierda se había visto desbancada por oportunistas que
adquirían notoriedad durante un conflicto estudiantil. La última
experiencia no estaba muy lejana: en 1966, hacía apenas dos años, los
principales dirigentes de un movimiento por reforma universitaria,
habían acabado por entregar las escuelas y la Rectoría cuando el precio
fue suficientemente alto. Uno de ellos, miembro de la dirección nacional
de la Juventud Comunista, sección juvenil del PCM y presidente de la
CNED, terminó por entrar al PRI” (González de Alba, 1984:59).
En el mismo texto, de Alba reconstruye un diálogo en Lecumberri,
protagonizado por dirigentes connotados del 68 donde se plantea: “La
verdad es que con el sistema del CNH y las asambleas diarias en cada
escuela nadie podía andar chueco, y si lo hacía se quedaba solo, pues
nunca iba a lograr que todo el CNH aceptara una porquería. Al delegado
que metía la pata, lo esperaba la asamblea de su escuela, al día
siguiente; y a la sesión inmediata del Consejo ya sabíamos cómo le había
ido. Para maniobras poco claras éramos demasiados: más de doscientos
delgados y unas ochenta escuelas. Sólo al final se pudo “transar”
descaradamente, pero eso mejor no lo discutimos porque el Partido
Comunista, como siempre, no queda muy bien parado que digamos” (González de Alba, 1984:73).
Como se lee en las citas anteriores, las diferencias que confrontaban
a los distintos sectores del movimiento, tendían a ser de orden
estratégico y sus alas izquierdas, se inclinaban por darle a la lucha un
carácter superior al circunscrito a los seis puntos del pliego
petitorio. Estas discusiones posibilitaban que en amplios sectores de
vanguardia comenzaran a ser cuestionadas las direcciones tradicionales
del movimiento estudiantil que respondían al partido en el poder como la
FNET o a la política del Partido Comunista. A pesar de que las
juventudes comunistas tenían un trabajo importante con los estudiantes
de las normales rurales y la provincia, en la UNAM y el IPN su inserción
era bastante débil, producto de la deslegitimación del stalinismo a
nivel internacional y la crisis política del PCM que se venía gestando
durante los años previos y que era el producto de su política y su
estrategia, a la cual nos referiremos a continuación.
Durante toda la década del ´50, el Partido Comunista estuvo
subordinado políticamente al PRI. Esta adaptación al priato fue la
consecuencia nacional de la estrategia de colaboración de clases de la
Internacional Comunista stalinizada. Aunque ésta es disuelta por Stalin
en 1943, el PCM va a continuar bajo la directriz del PCUS. La actuación
del PCM estuvo enmarcada en dos grandes premisas del stalinismo,
adecuadas a la realidad nacional:
Hasta 1945, sostenía que el mundo estaba dividido en dos grandes
polos, el “democrático” y el fascista, donde la tarea de los comunistas
era apoyar el polo democrático. Esto incluía alinearse con los
imperialismos que combatieron a Alemania durante la guerra. (6)
Una concepción etapista de la revolución, que en las semicolonias o
en los países “semifeudales” determinaba que las tareas revolucionarias
estarían constreñidas al terreno de la revolución burguesa (7).
Esta estrategia, en el caso de México, se expresó en la política de
“unidad a toda costa” que implicaba el apoyo a la burguesía nacional
encarnada por el PRM y el general Lázaro Cárdenas, que significó el
atenazamiento, con la complicidad del Partido Comunista y la dirección
de Lombardo Toledano, del movimiento obrero al partido oficial y por esa
vía al Estado.
La política comunista desde los ´30 se sustentaba en la concepción de
que la Revolución Mexicana de 1910 estaba todavía en marcha y debía ser
profundizada como revolución democrático-burguesa. Esto era la tarea de
primer orden de los comunistas y debía hacerse de la mano de la
burguesía nacional “progresista” y del PRM primero y luego del PRI.
México, considerado como un país semifeudal, tendría que transitar
por un largo periodo de “construcción capitalista” que abriría el camino
remoto a la revolución socialista. Las implicaciones políticas de esta
estrategia llevaron al PCM a ir a remolque de la burguesía nacional y
realizar grandes claudicaciones políticas en la lucha de clases. Por
ejemplo, ante las grandes gestas del Movimiento Revolucionario
Magisterial, que enfrentó a la burocracia del SNTE, Encina, secretario
general del PCM, planteaba que: “Para mantener la unidad y a pesar de
las mutuas ofensas, sean éstas justificadas o no, los maestros deben
llegar a un acuerdo con el SNTE y presentar sus demandas a la Secretaría
de Educación o en caso necesario al Presidente” (Verdugo, 1977:44).
De igual modo, frente a la huelga ferrocarrilera, que terminaría con
la ocupación militar de las plantas, fábricas y estaciones y la
aprehensión de miles de obreros, el PC sostuvo una línea vacilante, que
en los hechos apoyó a la burocracia frente a la verdadera revuelta
antiburocrática empujada por la organización de la base mediante los
comités por aumento de salarios.
Durante el cardenismo surgieron las principales direcciones y
organizaciones del movimiento estudiantil, todas subordinadas al
gobierno. El PCM, acorde con su política nacional se va a convertir en
un verdadero obstáculo para que los estudiantes se organicen de forma
independiente creando expectativas en la FNET, que en 1968 sería
expulsada del movimiento estudiantil. En los años posteriores, la
“unidad a toda costa” en el estudiantado se expresaría en acuerdos con
estas mismas direcciones pretextando la alianza contra la clerical
Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos impulsada por la clase media
conservadora rural dirigida por la iglesia, que llegó a aglutinar a 36
mil miembros. Frente a los procesos previos al ´68 como el movimiento de
los camiones o la huelga del IPN de 1956, que terminó con la ocupación
militar de sus instalaciones, la juventud comunista y la CNED, dirigida
por la primera, nuevamente intentaron no romper la unidad con la
federación estudiantil prisita (FNET) mientras la base estudiantil la
repudiaba. Esta actuación le valió perdida de inserción en sectores del
movimiento de masas y el descontento en sectores de su juventud, que se
expresó en la ruptura de muchos militantes, desde el mítico José
Revueltas hasta Raúl Álvarez Garín, abriendo una crisis crónica que
terminó varios años después con su disolución (8).
Para 1968, este desprestigio se vio atizado por la irrupción del
movimiento estudiantil que de forma espontánea rebaso por izquierda la
política conciliadora del PCM y desestabilizó al régimen
posrevolucionario que enfrentaba su primera gran crisis de dominio. De
ahí que tanto la juventud comunista como el PCM hayan tenido un rol
secundario en la dirección del CNH. Lo cual no impidió que la dirección
del partido bregara para intentar convencer a su juventud de contener la
radicalización del movimiento como muestran los testimonios de los
mismos militantes comunistas. O que algunos de estos, buscaran negociar a
espaldas del movimiento como ha sido denunciado por muchos de los
participantes. Esto era la consecuencia de una estrategia política y no
de una acción aislada, que chocaba con un movimiento que tendencialmente
cuestionaba el orden capitalista, en contra de la estrategia
conservadora del estalinismo. Después de la represión del 2 de octubre
en la Plaza de las Tres Culturas, con la aprehensión y asesinato de
cientos de activistas combativos, los comunistas tomarían el timón para
levantar la huelga y desmovilizar al estudiantado contra las posiciones
del CNH y su vanguardia.
Sobre el carácter del movimiento estudiantil
Para el marxismo clásico, el movimiento estudiantil tenía un rol muy
restringido desde el punto de vista revolucionario, sin embargo, en
determinados momentos del siglo XX, la reconfiguración social y política
de los estudiantes abriría la posibilidad de que surgieran alas
izquierdas que se hicieran parte de la lucha revolucionaria contra la
clase dominante. En la primera mitad del siglo XX, desde el movimiento
de reforma universitaria que comenzaría en la ciudad de Córdoba
Argentina y se extendería por todo el continente, el movimiento
estudiantil sentaba una tradición propia.
Como plantea un análisis: “El cuestionamiento a la universidad
clerical, cerrada sobre sí misma, implicó un intento de ligazón a las
problemáticas sociales y a la clase trabajadora. Esto se expresó, en la
Argentina, en el apoyo a los trabajadores que protagonizaron la “semana
trágica” por parte de las federaciones universitarias de Córdoba y Santa
Fe; pero este apoyo fue sólo de una minoría del movimiento estudiantil.
En Perú y Cuba por el contrario surge un gran ejemplo de la búsqueda de
unidad con el movimiento obrero y de generar un conocimiento útil a los
explotados. Surgirán así las Universidades Populares que tendrán por
objetivo acercar el conocimiento producido por los estudiantes a la
clase trabajadora. Dirá Mella: “La Universidad Popular José Martí (…) no
es el arma definitiva y única con la que el pueblo cuenta para su
emancipación (…) ella destruye una parte de las tiranías de la actual
sociedad: el monopolio de la cultura.” Las universidades populares
González Prada y José Martí expresan un avanzado intento de unidad entre
el movimiento estudiantil y el movimiento obrero. Esto se expresa por
ejemplo en los estatutos de las mismas; la universidad cubana
establecerá por ejemplo que “la universidad popular de acuerdo con los
principios enunciados, procurará formar en la clase obrera de Cuba, una
mentalidad culta, completamente nueva y revolucionaria. Su correlato en
Perú será el establecimiento, en el estatuto de la Universidad González
Prada de la obligación de intervenir en los conflictos obreros sobre la
base de la “justicia social” (9).
Pero va a ser en las décadas de los ´60 y ´70, que el movimiento
estudiantil se cuele de forma intempestiva en la historia y desarrolle
sus aspectos más revolucionarios. Tal es el caso de los estudiantes
chilenos durante el ascenso previo al golpe militar, de los estudiantes
argentinos que acompañaron la insurrección obrera conocida como el
Cordobazo o la gesta del mayo francés que comenzó como una revuelta
estudiantil para configurarse como una verdadera huelga general obrera
contra el régimen.
En sus expresiones más avanzadas, la lucha estudiantil ha puesto a la
orden del día la democratización de las instituciones de educación,
formas tripartitas de gobierno, planes de estudio orientados a resolver
las necesidades más apremiantes de las masas y la solidaridad con los
trabajadores. Pero aún en este nivel de radicalización, los estudiantes
como sector, tienen una limitación objetiva, que trasciende su voluntad
revolucionaria ya que carecen de la posibilidad de paralizar al sistema
capitalista. Por ello, la unidad obrero-estudiantil, que implica que los
estudiantes hagan suya la lucha de los trabajadores y viceversa, es un
punto indispensable y planteado por las distintas gestas de los propios
estudiantes
En esta unidad, yace la posibilidad de algo más profundo, que se
condensa en la consigna parisina del ´68: “del cuestionamiento de la
universidad de clases al cuestionamiento de la sociedad de clases”. Si
los estudiantes pueden abonar con su acción a la caída de la “tiranía
de la cultura”, a decir de Julio Antonio Mella, la tiranía de la
explotación, basada en el robo que hacen los capitalistas del trabajo
ajeno, sólo puede ser enfrentada por la clase obrera, aunque su lucha
reciba una enorme energía de la unidad con los estudiantes.
Hacia un balance estratégico del movimiento del 68
Los elementos avanzados del ´68 mexicano no deberían ocultar en
nuestra reflexión las limitaciones que se expresaron en la lucha. Hemos
hablado en los apartados anteriores, de la gran fortaleza que dio al
movimiento su organización democrática, la huelga con toma de
instalaciones, la autodefensa y la labor permanente de las brigadas. Sin
embargo, la dinámica de la lucha lo llevó a confrontar al régimen del
PRI y a plantear la necesidad de una salida revolucionaria para su
derrocamiento. Pero esta perspectiva –la del derrocamiento del régimen
capitalista– no podía hacerse efectiva sin el concurso de la clase
obrera, retomando el camino de unidad de los obreros y estudiantes
parisinos que hicieron temblar a toda Francia durante mayo. Esta
posibilidad se empezaba a atisbar en el acto de “desagravio del lábaro
patrio” donde los trabajadores presentes repudiaron al gobierno. Otro
ejemplo de esto es lo que narra González de Alba, a propósito de la
manifestación del dos de octubre: “Se notaban particularmente las gorras
azules de los ferrocarrileros y sus mantas con el número de las
secciones sindicales presentes, también podían verse mantas de
electricistas y otros sindicatos. Los “charros” van a tener mucho
trabajo este año, pensé, es en las organizaciones populares controladas
por el gobierno donde el movimiento ha causado mayor impacto; en seguida
caí en la cuenta de que el aspecto del mitin era muy distinto al de los
anteriores: a simple vista podía observar que no era, de ninguna forma,
un mitin estudiantil; no sólo por la gran cantidad de mantas y carteles
que así lo demostraban, sino por el aspecto mismo de la gente; era un
mitin de personas atentas, vestidas con ropa en la que predominaba el
azul-gris, el café oscuro; faltaba la bulliciosa ingenuidad de un mitin
universitario, el colorido de los suéteres y camisas sport, las mallas,
las minifaldas de dibujo escocés, las barbas estrafalarias y las
cabelleras largas. La mayor parte de los asistentes estaban
concentrados, atentos y respondían a los oradores con un rugido unánime
que terminaba pronto en aquellos rostros concentrados” (González de Alba, 1984:180).
La propia dinámica de la lucha empujaba hacia la unidad con los
trabajadores, más concretamente, la agitación estudiantil, reanimaba,
después de meses de rebelión, la llama que dejaron encendida los
ferrocarrileros. Si esto se desarrollaba, México podría entrar en una
dinámica revolucionaria de carácter más generalizado como la que sacudió
a otros países de América Latina y Europa. Ante eso el priato se
decidió por el derramamiento de sangre y la brutal represión, lo cual
fue solapado por las direcciones burocráticas del movimiento obrero que
durante todos los meses previos, dejaron aislado al movimiento
estudiantil.
Si bien durante la lucha del ´68, importantes sectores independientes
–tanto de estudiantes como de trabajadores– se enfrentaron a la
política del PC y expresaron un alto ánimo de combate, no existía una
organización sólida e influyente de la clase obrera que pudiera, de
forma organizada, plantear una política claramente alternativa, que
pusiera su fuerza en soldar la unidad obrero-estudiantil y ganar para un
proyecto revolucionario a los cientos de jóvenes que se lanzaron a la
lucha. Una organización que, a pesar de la derrota, se preparara para
nuevos ascensos y sentara las bases para la construcción de un partido
revolucionario en México. Los pequeños grupos trotskistas, que se
hicieron parte activa del movimiento, eran muy débiles como para dotar
al mismo de una política efectivamente alternativa y sentar las bases de
una organización superior. Aún así, el ´68 es el caldo de cultivo donde
nuevos cuadros, activistas y militantes se templan para nutrir
distintas variantes estratégicas como la guerrillera, que tiene una
experiencia trágica en México y que requiere un balance aparte. En el
caso del trotskismo, sería hasta los setentas que, de la fusión de
varios grupos de tradiciones distintas, surgirá el Partido
Revolucionario de los Trabajadores. A pesar de su influencia en el
estudiantado, en la intelectualidad, las clases medias y el movimiento
obrero, el PRT se dividió y entró en una profunda crisis aún muy joven,
producto de una estrategia equivocada, que lo llevó a disolverse
presionado por la “marea democrática” de los ochentas o en movimientos
no proletarios como el del FZLN. La historia de esta crisis del PRT,
también merece un estudio aparte.
Según Gilberto Guevara Niebla en la introducción de su libro La democracia en la calle,
el movimiento estudiantil se dividió en dos tradiciones, que datan de
la reforma universitaria de 1929: la liberal y la popular. Dicha
división estaría atizada por la discusión que libraron Antonio Caso y
Vicente Lombardo Toledano, a propósito de “el carácter socialista” de la
educación que proponía Lombardo en detrimento de la libertad de cátedra
que proponía Caso. De este gran debate, según Guevara Niebla, se
conformaron dos alas, una formada por liberales y socialistas
independientes y otra por lombardistas, socialistas y comunistas que
formarían la Confederación de Estudiantes Socialistas de México, la
Federación de Estudiantes Campesinos y Socialistas de México y la
Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, esta última dirigida por
los fundadores del PRI. La tradición liberal acabó por corromperse y
diezmarse y, según este autor, la tradición popular permaneció luchando
por educación popular y se confrontó cada vez más con el gobierno frente
a su derechización después del ´40. Sin embargo, esta “tradición
popular” esta circunscrita a la influencia de los comunistas y la
política de la que hemos hablado anteriormente, atravesada por
concepciones estratégicas que la llevaron a cuadrarse permanentemente
ante la lógica de la conciliación de clases. Una tercera tradición, que
omite Guevara Niebla, se ha manifestado en momentos de ascenso del
movimiento estudiantil; aquella que, de forma espontánea, motorizada por
un sentimiento de combate y rebeldía, ha peleado incesantemente por la
independencia del movimiento frente a los partidos patronales. Se
expresó en el ´68 y se expresó en la huelga de 1999, donde cientos de
jóvenes rompieron con la “nueva burocracia estudiantil” encarnada por
una ruptura del propio PRI, el PRD. Esta generación fue, como la del 68,
tratada con desprecio por la intelectualidad y denominada
despectivamente por los medios de comunicación como “ultra”.
Pero la energía de estos sectores que giraron a izquierda al calor de
la lucha de 1968, careció de referentes estratégicos alternativos,
anclados en una tradición marxista revolucionaria de larga data. En
México, como lo demuestran las contradicciones del propio movimiento
estudiantil del ´68, no han existido grandes organizaciones de la clase
obrera, como expresión orgánica de la independencia de clase. El
movimiento obrero, atenazado y traicionado por sus direcciones charras,
ha tenido que remar contracorriente, como lo demostró la huelga
ferrocarrilera.
En estos giros a izquierda tanto del movimiento estudiantil y en
primer lugar del movimiento obrero yace la posibilidad de poner en pie
una organización revolucionaria en México y transformar su energía de
lucha y combatividad en algo superior, al hacerse parte activa y
militante de la construcción de una herramienta de clase, que encarne el
proyecto socialista y que intervenga en las gestas del movimiento
estudiantil y del movimiento obrero con un objetivo estratégico común,
aprendiendo de las derrotas y construyendo, con su práctica cotidiana,
nuevas victorias. Un proyecto de sociedad compartido, sustentado en una
estrategia, un programa y una política común. Este grado de concreción,
solo puede venir de la mano de la construcción de un partido
revolucionario, que fusione a los estudiantes, en su carácter de
intelectuales revolucionarios y a las capas más conscientes y resueltas
de los trabajadores. Tratar de recuperar esta tradición, la del marxismo
revolucionario y que se haga carne en sectores de izquierda de los
estudiantes, es la tarea que desde la juventud de la LTS-CC hemos
tratado de impulsar con nuestras modestas fuerzas. Bajo esta perspectiva
estratégica es que orientamos nuestra política e intervención en la
huelga universitaria de 1999 y la que sigue guiando nuestra acción hoy
en día, preocupados por que sectores de estudiantes que hoy despiertan a
la vida política, abracen las banderas de la revolución.
BIBLIOGRAFÍA
Alonso, Antonio
1972, El movimiento ferrocarrilero en México 198/1958, Ediciones Era, México
Casez, Daniel
1993, Crónica 1968, Plaza y Valdéz, México
Guevara Niebla, Gilberto
1988, La democracia en la calle, Siglo XXI, México
González de Alba, Luis
1984, Los días y los años, Ediciones Era, México
Thomas, Jean Baptiste
2008, Cuando obreros y estudiantes desafiaron al poder, Ediciones IPS, Buenos Aires
Notas:
(1) Consultado en http://www.dgi.unam.mx/rector/html/set02oct08.htm el día 5 de octubre de 2008.
(2) Subrayado nuestro.
(3) Esto no niega que el análisis “contracultural” plantee algunos aspectos parcialmente correctos.
(4) En ese entonces Secretaria de Comunicaciones y Obras Públicas, antecedente de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
(5) Según los distintos testimonios los mítines espontáneos y los
grupos de brigadistas eran constantemente agredidos por el ejército y
muchas de las desapariciones forzadas se dieron durante estas
actividades. Los mítines itinerantes se convirtieron en la forma de
difusión más efectiva del movimiento y eran los estudiantes del
politécnico los que, subidos a camiones del Instituto, viajaban por toda
la ciudad, parando por todos lados y agitando en las calles.
(6) Esta es la justificación de la política de “coexistencia
pacífica” del stalinismo con el imperialismo que pactaron el orden de
Yalta y Postdam dividiéndose al mundo en sus “zonas de influencia”. La
intención de la burocracia de Moscú, era preservarse a si misma y para
ello se convirtió en un aparato verdaderamente contrarrevolucionario que
liquidó la posibilidad de la revolución en occidente.
(7) Bajo esta premisa, el stalinismo le impuso al Partido Comunista
Chino la alianza con la “burguesía nacionalista” organizada en el Kuo Mi
Tang con la consigna de que China, al ser un país semifeudal, tendría
que realizar primero su revolución burguesa. Esta política terminó con
la matanza de los comunistas chinos a manos del propio Kuo Mi Tang.
(8) Para el XIII congreso del PCM ya había iniciado el proceso de
“desestalinización” en el PCUS. El PCM se encontraba en una profunda
crisis y dicho congreso, realizaría un balance de la actuación previa.
La base del partido y sobre todo la juventud, se entusiasmó con la
posibilidad de dar un giro en la política impuesta desde Moscú. El
congreso resolvió votar una relativamente nueva dirección con este
balance que en última instancia, resulto absolutamente parcial y no
rompió con la estrategia stalinista de las décadas previas. Según el
balance del propio Verdugo, considerado por los comunistas como el gran
“reformador”, el principal problema de la Internacional Comunista eran
“los métodos de excesiva centralización, que estorbaban la elaboración
de la estrategia revolucionaria de cada Partido y de la búsqueda de sus
propias vías de impulso al movimiento revolucionario”. Verdugo hace una
crítica parcial a la actuación de la IC frente al Partido Comunista de
Yugoslavia dirigido por Tito al que se acusa de estar formado por
“criminales antirevolucionarios”. Pero consideraba que “La Internacional
Comunista desempeñó un papel esencialmente positivo. Contribuyó a
aglutinar a los elementos comunistas y a formar los partidos, a difundir
la experiencia de la Revolución Socialista de Octubre y del partido
bolchevique”. Ni una palabra sobre las cuestiones estratégicas más
importantes de la degeneración stalinista: la teoría del socialismo en
un solo país, la coexistencia pacífica con el imperialismo a la salida
de la segunda guerra, la política de frente popular, etc. Sobre el
carácter programático de la revolución mexicana, a pesar de ciertas
críticas al “etapismo” de los años previos, los congresos de “reforma”
adquirieron una definición igualmente ambigua. Según sus documentos, la
próxima revolución mexicana sería “democrático-popular y
antimperialista” y “Por el tipo de Estado que crea, la nueva
revolución superará los marcos de la democracia burguesa (…) y preparará
el advenimiento de la democracia socialista. Por las transformaciones
económicas que realiza, la nueva revolución debilitará las bases del
capitalismo y creará las condiciones materiales para el paso al
socialismo”. La “reforma desestalinizante” no significó ningún viraje
profundo en el seno de los partidos comunistas a nivel internacional,
que terminaron estallando en pedazos o convirtiéndose cada vez más en
agentes del régimen, como el Partido Comunista Francés, cuya acción
política estuvo orientada a desactivar el proceso huelguístico del mayo y
a evitar la unidad obrero-estudiantil que sacudió las calles del barrio
latino de París.
(9) Consultado en http://www.pts.org.ar/spip.php?article8855 el día
20 de octubre de 2008. Elaboración a cargo de la agrupación estudiantil
Tesis XI.
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