El movimiento #YoSoy132: un nuevo despertar de la juventud mexicana
Pablo Oprinari
Cuando la campaña electoral y los debates anodinos amenazaban con
imponer un clima de escaso cuestionamiento a las elecciones
presidenciales del 1° de julio, el movimiento #YoSoy132 irrumpió como un
vendaval de movilización y creatividad callejera de la juventud. Nadie
puede dudar hoy de la importancia de esta movilización, que iniciaron
los estudiantes de las escuelas privadas, tomando a todo el establishment
político por sorpresa, extendiéndose a las universidades públicas, y
poniendo a discusión lo que significa el posible retorno del PRI al
gobierno y la manipulación informativa. Es mucho lo que se ha escrito
sobre la génesis del mismo y en las páginas de Estrategia Obrera
hemos planteado un análisis de coyuntura y propuestas políticas; aquí
nos detendremos en problematizar distintas cuestiones en su contexto
nacional e internacional.
El #YoSoy132 y el panorama internacional
La emergencia del #YoSoy132 inscribió a la juventud mexicana en la
lista de los fenómenos juveniles que recorren la arena internacional
desde 2011. Desde la juventud egipcia que fue un actor central en las
movilizaciones que derribaron al gobierno de Hosni Mubarak, hasta los
jóvenes franceses e ingleses que protagonizaron distintos procesos de
movilización y rebelión contra el orden establecido, pasando por los
jóvenes indignados que se convirtieron en un nuevo fenómeno de
resistencia en el hasta ayer tranquilo escenario político
norteamericano. Y como no mencionar a los estudiantes chilenos, que el
año pasado enfrentaron al gobierno de Piñera; o a los estudiantes
quebequenses, que llevan más de 4 meses de huelga estudiantil. Estos
movimientos se dan en un contexto signado por la crisis económica más
profunda desde 1929 que se ha transformado en una recesión de grandes
proporciones, y por el retroceso de las ideas neoliberales dominantes
desde los años setentas. La crisis de la hegemonía ideológica de las
ideas rectoras del capitalismo ha tenido un fuerte impacto en sectores
de la juventud, que aún en países “modelo” del neoliberalismo –como
Chile y la subregión norteamericana– cuestiona el orden existente.
Sin embargo, la emergencia de la juventud no es el único elemento
novedoso en el terreno de la lucha de clases: la crisis económica y el
derrumbe de la supuesta infalibilidad del capitalismo empujó, en varios
países, un despertar del gigante social que es la clase obrera. En el
caso de Egipto, por ejemplo, los métodos de lucha de la clase
trabajadora –como la huelga– jugaron un rol fundamental en la caída del
viejo régimen. De igual forma en Europa, las 18 huelgas generales en
Grecia y la participación destacada de los trabajadores franceses en las
luchas de los últimos años; así como, más recientemente, la lucha de
los mineros del Estado Español, son expresión de que la clase
trabajadora da sus primeras y contundentes respuestas ante la crisis.
Cabe mencionar como síntoma de este fenómeno que señalamos, que en China
–una de las “potencias” económicas del siglo XXI–, las llamadas
“huelgas salvajes” del proletariado súper explotado enfrentan por igual a
los capitalistas y la burocracia gobernante del Partido Comunista.
Si miramos entonces el contexto internacional, destaca ante nuestros
ojos que las respuestas que surgen por parte de los oprimidos y
explotados frente a la crisis, en varios casos articulan la acción de
sectores de la clase trabajadora con la juventud, que aprovechando las
ventajas de las redes sociales, se organizan para luchar y movilizarse.
Las demandas de los sectores juveniles, aunque partiendo de
reivindicaciones inmediatas y democráticas, eventualmente se transforman
en enfrentamientos claramente políticos contra los gobiernos,
impactando y despertando la acción de otros sectores obreros y populares
como en Egipto o en Canadá.
Entonces, la dinámica de la rebelión juvenil apunta a cuestionar los
regímenes responsables de la opresión, la explotación y miseria. En ese
marco, la juventud podría catalizar la entrada en escena del
movimiento obrero y popular, e incluso –en algunos países donde las
condiciones y la experiencia previa están más avanzada– de nuevos
escenarios de confrontación directa entre revolución y contrarrevolución.
Si esa hipótesis es posible, se requiere prepararse para ello, con una
perspectiva política que impulse la coordinación de los distintos
sectores en lucha, su articulación con el movimiento obrero y un
posicionamiento revolucionario ante el orden capitalista.
En ese sentido, el antecedente que viene a la mente es el de 1968,
cuando amplios sectores de la juventud –en América Latina, Asia y
Europa-, irrumpieron en la escena política cuestionando radicalmente el
orden existente–. El Mayo francés, la Primavera de Praga, el Cordobazo Argentino, así como la huelga universitaria liderada por el CNH en México, fueron ejemplos destacados de esa dinámica.
***
Es verdad que hoy las ideas marxistas tienen menos peso que entonces,
consecuencia tanto de la ofensiva ideológica que en años pasados
proclamó la muerte de la perspectiva de la revolución, como de la falsa
identificación entre marxismo y estalinismo. Y no faltan quienes dicen
que los movimientos actuales nada tienen que ver con los fenómenos
sesenteros, enfatizando en particular la ausencia del horizonte de la
revolución.
Ante estas argumentaciones, no basta con recordar que el espectro de
la revolución se hace presente –y muestra que es un fantasma que goza de
buena salud– en las movilizaciones de Plaza Tahir o en los paros
generales griegos. Tampoco es suficiente afirmar que el anhelo de cambio
social de los jóvenes egipcios que enfrentaron y murieron bajo las
balas y tanques de la dictadura de Mubarak, o la decisión de luchar de
los jóvenes franceses y chilenos que pelean por sus derechos, son el
nutriente fundamental de una estrategia revolucionaria.
Junto a eso, deberíamos discutir que la lucha que llevan adelante
distintos movimientos juveniles y que en muchos casos es efectivamente
democrática, requiere –para lograr victorias duraderas– asumir como su
perspectiva el enfrentamiento con el régimen de la clase dominante y su
transformación radical. Recordemos por ejemplo las jornadas
revolucionarias de estudiantes, jóvenes y trabajadores en Egipto. El
heroísmo y la lucha sostenida lograron la caída de Hosni Mubarak, pero
no alcanzaron para evitar que se preserven las instituciones repudiadas
en las mismas jornadas. Preparar los futuros triunfos necesita de una
perspectiva que a partir del desarrollo y profundización de las
aspiraciones democráticas, tenga como norte estratégico preparar las
condiciones para la toma del poder político por la vía revolucionaria.
Para eso es fundamental la alianza de la juventud y los explotados y
oprimidos, y la actividad de la clase obrera, que puede, si se lo
propone, no sólo atacar y paralizar con sus métodos de lucha los
resortes fundamentales del capitalismo, sino también postular, sobre la
ruina de las viejas instituciones, la construcción de un estado de nuevo
tipo, basado en la expropiación de las transnacionales, los
capitalistas y terratenientes.
En síntesis, asistimos a una nueva oleada de luchas juveniles que
recorren el mundo y que se enlazan, en los hechos, con otras
movilizaciones obreras y populares en un contexto de crisis
capitalistas, y en lo cual el #YoSoy132 se inscribe, como se ve en las
enormes muestras de simpatía internacional recibidas. Y el reclamo que
las recorre no sólo puede acicatear que la simpatía popular se
transforme en rabia incontenible en las calles, sino que sólo puede ser
correspondido mediante un ataque demoledor a las instituciones y el
poder de los capitalistas.
El #YoSoy132 y la democratización de las instituciones
Como decíamos arriba, el #YoSoy132 puso a discusión cuestiones claves
que expresan la antidemocracia, la represión y el verdadero carácter de
la “transición democrática”, que preservó al PRI como una de sus cartas
fundamentales ante el desgaste del panismo. En su emergencia, mostró el
descontento existente, no sólo entre los trabajadores y los sectores
populares, sino en la clase media y la juventud universitaria, tanto de
escuelas públicas como privadas. Y enseñó también la desilusión con una reforma democrática
que, aunque permitió la alternancia y el acceso del PAN al gobierno, no
resolvió las expectativas de amplios sectores de la población. La
adhesión de sectores de la juventud al #YoSoy132 parece expresar el
hartazgo –aunque no se vea en sus reivindicaciones inmediatas– con un
capitalismo sacudido no sólo por la crisis económica internacional sino
también por la descomposición estatal acelerada por el empantanamiento
de la “narcoguerra”. En síntesis, una multiplicidad de contradicciones
políticas y sociales que eclosionan, en plena coyuntura electoral, a
través de la acción juvenil. Queda por verse si el movimiento está
preanunciando acciones de otros sectores de la población, en particular
de los trabajadores, que han realizado duros procesos de resistencia,
como es el caso de los electricistas y el magisterio democrático. Habrá
que esperar y ver.
Por lo pronto, al interior del #YoSoy132 se viene debatiendo en torno
a la estrategia política que el mismo debería darse. A pesar que en la
masiva asamblea del 30/5 se introdujo el disenso en torno al “voto
útil”, la cercanía de las elecciones hizo que cobre fuerza la idea de
que el movimiento debía limitarse a sus demandas iniciales, a un plan de
acción orientado a cuidar el proceso electoral y promover el “voto
informado”, y a definir más claramente su postura frente al proceso
electoral. Aunque varios militantes o simpatizantes de la candidatura de
AMLO, Mancera y otros candidatos del Movimiento Progresista (como los
integrantes del Morena, el PRT, el Militante o el GDR), han declarado
que respetan la independencia del movimiento, se hizo evidente en
distintas instancias la presión para que el #YoSoy132 se pronuncie por
el “voto útil” y la condena al voto nulo o la abstención, lo que
constituiría un apoyo implícito a la candidatura del tabasqueño. Esto
muestra que hay un debate que debería expresarse mucho más abiertamente,
sin satanizar a quienes no avalan el voto por AMLO o a quienes proponen
ampliar el horizonte de #YoSoy132. Apuntando a ello es que planteamos
algunas consideraciones.
***
Aunque es verdad que cala hondo la idea de que es posible reformar
las instituciones, lo que debemos discutir es si éste es el único
horizonte factible y, aún más, si es el más realista. Lo que deberíamos
discutir es si es posible una real democratización de los medios de
comunicación sin cuestionar profundamente la propiedad de los mismos por
parte de un puñado de capitalistas, expropiar al duopolio Televisa-TV
Azteca y ponerlos bajo el control de los trabajadores, garantizando que
cualquier grupo de trabajadores o estudiantes tengan el derecho a hacer
uso de la prensa, los medios televisivos y electrónicos, accediendo a
concesiones subsidiadas por el estado. Deberíamos considerar si hay
posibilidad de acabar con la militarización del país y con la represión
que se expresó en Atenco, sin disolver las fuerzas represivas, el
principal pilar del estado capitalista; pensamos que no, salvo que por
“frenar la guerra” se entienda maquillar un poco la policía y hacerla
más “democrática”, con lo cual seguirá cumpliendo el mismo rol represor,
sólo que con mayor cuidado de no “regarla” ante la opinión pública. Hay
que debatir si es posible lograr estas y otras demandas confiando en la
reforma y “democratización” de las instituciones, cuando éstas son
garantes de la opresión, la explotación y la injerencia imperialista en
el país. O si, como sostienen los compañeros y compañeras de la
Agrupación Estudiantil Contracorriente, lo planteado es –mientras se
interviene en los escenarios políticos planteados como es movilizándonos
contra cualquier fraude o imposición–, asumir una perspectiva estratégica
que enfrente al régimen político y considere que sólo atacándolo de
raíz, sin confiar en los discursos edulcorados de que hay que
“democratizarlo”, y terminando con esta “democracia para ricos”, es que
puede imponerse de forma íntegra y efectiva las demandas de la juventud,
los trabajadores y el pueblo.
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Esto implica discutir cual es el lugar del proceso electoral.
Nosotros defendemos a rajatablas el derecho al voto y el respeto a la
voluntad popular –como hicimos muchos socialistas ante el fraude en el
2006– porque defendemos todos los derechos democráticos avasallados por los de arriba,
pero diferimos con la idea de que los mecanismos electorales son la vía
para obtener las reivindicaciones más profundas de la juventud. Y esta
es la idea dominante en las reuniones y declaraciones efectuadas por el
movimiento, como se expresa en un plan de acción que hace eje en los
debates electorales y en la vigilancia electoral, por ejemplo. Pero el
punto es que, así como las instituciones son las responsables de las
medidas antidemocráticas y represivas (reformas al Código Penal,
militarización del país, etcétera), las elecciones son utilizadas por la
clase dominante para legitimar la idea de que sólo se puede luchar en
los marcos institucionales. Esto es algo que el #YoSoy132 debería
reconsiderar, ya que la movilización en las calles es la clave para
luchar por nuestras demandas. Para eso, como se ha planteado en diversas
asambleas, es importante dotarse de un “agenda” propia de movilización y
de un pliego petitorio para impulsar un plan de acción, acercándose y
confluyendo con los sectores obreros y populares. Una instancia para
unificarnos y acordar un pliego común con estos sectores puede ser un
Encuentro Nacional con delegados del movimiento y de los sindicatos y
organizaciones populares.
El movimiento del ’68, la huelga de la UNAM del ’99 y el #YoSoy132
El movimiento estudiantil mexicano tiene una rica historia, de la que
el #YoSoy132 se declara correctamente como heredero, y una larga
tradición de funcionamiento democrático, que permitió una gran
combatividad y la independencia política.
En 1968, el Consejo Nacional de Huelga, integrado por delegados
revocables, fue el canal a través del cual se expresó la emergencia de
una juventud combativa que abrazó ideas de revolución. La aspiración de
cambio democrático, contra un priato opresivo y responsable de masacres
campesinas y de represiones al movimiento obrero, llevó al surgimiento
de un movimiento de lucha que, con el correr de los días y semanas, a
través de la actividad y el brigadeo incansable de los jóvenes de la
UNAM, IPN y tantas otras universidades, generó una enorme simpatía entre
sectores obreros y populares. El movimiento del ‘68 se “armó” con un
pliego petitorio fundamentalmente democrático que, en el contexto de la
opresión existente, actuó como un verdadero acicate para una lucha que
fue también política. En eso fue fundamental el contar con un organismo
democrático con el Consejo Nacional de Huelga que respondía al mandato
de la base.
***
El movimiento del ‘99 surgió en condiciones distintas al ‘68 y a la
actualidad, pero tiene puntos en común así como lecciones por retomar,
que van más allá tanto de la reivindicación épica como de la
satanización irresponsable. No se encontró a su frente a un régimen tan
fuerte y cimentado como el del ‘68, sino con una “transición a la
democracia” acordada por los tres partidos principales del Congreso,
pero en la cual las transformaciones democráticas eran claramente
retaceadas. Esto había despertado movilizaciones multitudinarias de
protesta en 1988 y en 1994, expresión del hartazgo con la opresión y la
antidemocracia que en las siete décadas previas sometieron al pueblo
trabajador, y en particular a sus sectores más desposeídos y oprimidos,
como los pueblos originarios. Los estudiantes de 1999 enfrentaron el
intento autoritario del entonces rector Barnes por imponer un Reglamento
General de Pagos que suponía el fin del carácter gratuito de la UNAM;
la dinámica del movimiento y el Pliego petitorio que se dieron mostró
que el Consejo General de Huelga (CGH) cuestionaba el conjunto del plan
elitizador del PRI contra la educación pública, y se planteaba una lucha
por la gratuidad de la educación y la democratización de la UNAM. La
duración de la huelga fue claramente el resultado de la cerrazón de las
autoridades; llama la atención que muchos que atacaron al CGH por su
“huelga eterna”, olvidaron mencionar que durante casi ocho meses la
rectoría ni siquiera reconoció al CGH como interlocutor, que durante los
casi diez meses que duró la huelga tanto Barnes como De La Fuente
organizaron grupos de choque, generaron artificialmente enfrentamientos
entre paristas y no paristas, organizaron plebiscitos donde votaba el
personal de confianza de la rectoría, y, lo más importante, no
resolvieron ni siquiera un punto del pliego petitorio. Todo esto
mientras el gobierno priista perseguía y encarcelaba a estudiantes, y la
administración capitalina a cargo del PRD era responsable también de la
represión al movimiento en varias movilizaciones. Pretender que el CGH
debía levantar la huelga y aceptar sin más el avasallamiento de la
gratuidad de la educación, es como pedirle al #YoSoy132 que acepte de
brazos cruzados la imposición de Enrique Peña Nieto o que no proteste
contra la cobertura tendenciosa del duopolio televisivo. Ante la
intransigencia de la rectoría, la persistencia de la lucha del CGH es la
causa de que hoy en la UNAM no haya cuotas de miles de pesos, a pesar
de que las rectorías sucesivas de De La Fuente y de Narro impulsaron
cobros y medidas de elitización. El CGH enfrentó también los intentos,
por parte de las corrientes vinculadas al PRD, de imponer propuestas de
salida al conflicto que conllevaban –como lo evalúo correctamente en ese
momento el organismo estudiantil– el levantamiento de la huelga sin
garantías de la resolución del pliego petitorio. Las propuestas
formuladas por eméritos, rectoría y también por distintos grupos al
interior del CGH (como los que fueron denominados como “moderados”)
tenían matices entre sí pero como punto en común que se levantaría la
huelga a cambio de la suspensión temporal del RGP (o su transformación
en cuotas “voluntarias”) y de pasarse la resolución de todo el pliego a
un eventual Congreso convocado después del fin de la huelga. El CGH
–aprendiendo de la experiencia de la lucha de 1987 donde la rectoría
incumplió los acuerdos firmados con el CEU, como de la actitud
traicionera del PRI expresado en el incumplimiento de los Acuerdos de
San Andrés– rechazó estas propuestas y discutió qué, desde el punto de
vista de los estudiantes, podía o no “flexibilizarse”. La historia de un
CGH intolerante hasta la histeria debería revisarse por falaz; lo que
hubo en el ‘99 fue –fundamentalmente– una confrontación política entre
dos perspectivas. De una parte, bajo la definición de “moderados”, la
encabezada por las corrientes políticas vinculadas al PRD que querían
forzar el levantamiento de la huelga sin resolver las demandas de la
misma y evitar que la misma se radicalizara. Por otro lado, lo que la
prensa (des) calificó como “ultra” y que expresaba fundamentalmente el
activismo que sostenía la huelga, que apuntaba a luchar por la
resolución integra del pliego petitorio contra la cerrazón de las
autoridades, como parte de una lucha por la democratización de la
universidad. Esto estaba encarnado por una nueva generación estudiantil
–en la cual participaban también muchos colectivos y organizaciones
políticas juveniles de izquierda– en cuyo seno había muy diversas
posiciones que daban lugar a diferencias y discusiones acaloradas
durante los largos meses de la huelga, pero que tenía en común el
convencimiento de que podían lograrse las demandas del movimiento. Bajo
esta perspectiva descalificada como “ultra”, el movimiento se convirtió
en la principal oposición del priato en su último año, y por momentos
tendió a confluir con el descontento obrero y popular.
En ese contexto, el suponer la acción “maquiavélica” y hasta
“diabólica” de corrientes “ultras” que habrían instigado y “dividido” al
movimiento no responde a la realidad. El accionar de los grupos
vinculados con el PRD (algunos de los cuales tenían una larga historia
de actuación en la universidad, desde la lucha del ‘87), al intentar
forzar la aceptación de sus propuestas cuando las mismas eran minoría,
llegando incluso a anunciar la entrega de instalaciones sin el acuerdo
del CGH, provocó la oposición y el repudio por parte de la mayoría del
movimiento. Al calor de la dura discusión interna, el organismo
estudiantil fue asumiendo lo que en los hechos era la independencia
política y explícita del PRD, en lo cual no fue ajena la experiencia de
las represiones a manos del GDF. La tesis de que fueron estas
definiciones políticas del CGH y la discusión interna las que provocaron
el debilitamiento y la “derrota”, no tienen sustento serio. Varios
meses después de lo que la prensa llamó la “pugna entre ultras y
moderados”, el CGH logró la caída de Barnes y la rectoría tuvo que
reconocerlo como interlocutor.
A partir de eso, el nuevo rector, De La Fuente, comenzó a preparar el
terreno para la represión. Cabe mencionar, contra los comentarios
irresponsables de que la “ultra” es responsable de la represión, que
ésta fue mandatada por el estado, y que flaco favor le hizo a la lucha
por la educación gratuita que la gran mayoría de intelectuales,
académicos y medios de comunicación progresistas apoyasen el plebiscito
de De La Fuente e instigaran al CGH a dejar de lado la “intransigencia”.
Cuestión que fue reconocida en los hechos por los intelectuales que,
después del 6 de febrero, se arrepintieron públicamente de ello. La
represión fue preparada por el Gobierno Federal y el rector para quebrar
la lucha estudiantil, y que para eso forjaron una base social y una
“opinión pública”.
***
Nadie podría negar que en el curso de la lucha del CGH se cometieron
errores y a trece años de distancia todavía son sujeto de controversias
muchos hechos que ocurrieron durante los casi diez meses de huelga;
podríamos profundizar en torno a si fueron correctas (o no) las
propuestas que los distintos colectivos y agrupaciones que participaban
del movimiento formularon; como en ese momento fue evidente, había
diferencias de estrategias políticas para el movimiento estudiantil, que
cualquier historiador del mismo puede ver reflejado en los volantes y
periódicos de entonces. Sin embargo, lo que ahora pretendíamos aportar
es una visión esquemática y rápida sobre el movimiento del ´99, teniendo
en cuenta que en los debates sobre el #YoSoy132 se plantean
valoraciones en torno a la huelga de fin de siglo (como se la
llamó). Y, si como dice el manifiesto de las “islas”, el #YoSoy132 es
heredero de las luchas previas, hay que saber retomar los aciertos de
las mismas, y la lucha en defensa de la gratuidad que dio el CGH es una
de ellas. En ese sentido, desde nuestro punto de vista, si la misma pudo
frenar las cuotas en la UNAM, es porque tuvo una organización
democrática, con delegados revocables, rotativos y con mandato. Su
funcionamiento es, en ese sentido, distinto al que está adoptando en el
#YoSoy132. Sus asambleas eran abiertas, y podía hacer uso de la palabra
cualquier organización solidaria, e incluso realizar sus propuestas
políticas, en tanto que sólo los delegados estaban facultados para
votar; se tomaron medidas para garantizar la rotatividad no sólo de los
delegados, sino también de la mesa y de las delegaciones del CGH a las
instancia de dialogo con las autoridades. Otro elemento distinto es que
mientras la Asamblea General Universitaria ha realizado algunas
votaciones sin una discusión previa de las asambleas locales, los
delegados al CGH, en las decisiones importantes, debían atenerse al
mandato de su asamblea. En ocasiones esto implicaba retornar las
decisiones a las asambleas de base, para que se volviese a discutir. Hay
argumentos que sostienen que esto no es “operativo” para el #YoSoy132
pero la realidad es que es la única forma de garantizar el carácter
democrático de las decisiones que se adopten. Es verdad que en el
#YoSoy132 las asambleas locales pueden echar atrás un acuerdo de la AGU,
pero debería ser al revés: que los acuerdos respondan al mandato de la
base, y no a la inversa. Funcionar sobre la idea de que las asambleas
locales deben ratificar o no las decisiones de la AGU, puede transformar
el método asambleario en una cuestión consultiva. Por otra parte, hay
compañeros/as que mencionan que con las redes sociales todo se agiliza y
eso hace superfluo el énfasis en la democratización del movimiento.
Entendemos que consideran qué, con las redes sociales, hay una
democratización de la información; pero eso –que efectivamente existe–
no reemplaza, sino que más bien debería complementarlo, el carácter
resolutivo de una asamblea de base, donde los asistentes votan a mano
alzada qué curso quieren darle al movimiento. Por otra parte, como han
planteado estudiantes, asambleas y colectivos participantes del
movimiento, el funcionamiento del #YoSoy132 ha evidenciado la existencia
de prácticas poco democráticas respecto a la toma de decisiones y a la
definición de posicionamientos políticos, que es necesario corregir;
aunado a esto, debe combatirse todo intento de satanizar y perseguir a
quienes sostienen una posición distinta, ya que el derecho a disentir y a
criticar es inseparable de un funcionamiento realmente democrático.
Si uno de los aciertos de la declaración del #YoSoy132 es considerar
que no surge por “generación espontánea”, que tiene antecedentes y una
herencia, sería muy equivocado caer en la descalificación fácil de la
experiencia del ´99, y no considerar en toda su dimensión las
experiencias de las luchas estudiantiles previas, aprehendiendo su
experiencia y las lecciones que de las mismas podamos extraer.
Acerca de la independencia del #YoSoy132
La juventud que nutrió este movimiento desde sus inicios, tiene por
delante importantes desafíos. Uno de ellos, sin duda, es lograr que la
simpatía se exprese en asambleas masivas, como la que vimos al inicio
del #YoSoy132 en muchas escuelas y en Ciudad Universitaria. Decimos esto
porque las asambleas se han reducido, pero es algo contra lo que hay
que batallar, teniendo múltiples iniciativas. Para lograr una
ampliación, masificación y lo que es muy importante, establecer alianzas
y una unidad de acción con otros sectores, sería importante, por
ejemplo, que el movimiento retome las demandas de los estudiantes
rechazados (como los agrupados en el MAES), que establezca una
coordinación y se declare solidario con los trabajadores del magisterio,
los ejidatarios de Atenco, y las organizaciones que luchan contra la
militarización y por la libertad de los presos políticos. El Encuentro
Nacional Estudiantil que se está preparando podría incorporar
activamente a estas organizaciones, y discutir conjuntamente como
avanzar en un pliego común que unifique las reivindicaciones centrales
de cada sector. La unidad con los trabajadores es fundamental, no sólo
porque los mismos sufran duras condiciones de explotación y miseria,
sino porque son los que con su acción pueden paralizar la economía
capitalista y ponerse al frente de una lucha contra la antidemocracia,
la opresión y la miseria de este régimen político. Pero para eso hay que
comenzar tendiendo la mano a los trabajadores, y soldando una unidad
combativa con los sectores en lucha. Es fundamental que el #YoSoy132
amplíe su perspectiva política y apunte a confluir con el movimiento
obrero y los sectores populares, retomando el ejemplo de los previos
movimientos estudiantiles y juveniles de México y de la “primavera
árabe” del 2011.
***
Otra cuestión refiere a la independencia del movimiento. Ya decíamos
arriba que hay discusiones muy importantes sobre el carácter de las
instituciones, si es posible o no reformarlas, y sobre el lugar del
voto. Hay compañeros y organizaciones que plantean que hay que mantener
la independencia organizativa del #YoSoy132 respecto a los partidos,
pero al mismo tiempo proponen que el movimiento se pronuncie por el
“voto útil” o por el voto a la candidatura de AMLO. Si bien respetamos
la decisión individual sobre el voto, consideramos que la postura que
citamos convertiría al #YoSoy132 en un movimiento que aunque formalmente
autónomo, estaría políticamente subordinado al PRD y AMLO.
Frente a esto, muchos compañeros/as han insistido en la importancia
de que el movimiento se mantenga como “apartidista” para garantizar su
carácter incluyente, y de igual forma evitar que se pronuncie solamente
por el “voto informado”, ya que deja fuera, cuando menos, a los jóvenes
que se abstendrán de votar. Es correcto y saludamos este reclamo
democrático elemental, que formulan incluso muchos compañeros del
#YoSoy132 que son votantes declarados de AMLO. Sin embargo, queremos ir
más allá. Para nosotros la independencia del movimiento no es solo una
cuestión de inclusión democrática. Consideramos que ninguna demanda
importante, seria y profunda de la juventud será resuelta por los
candidatos y partidos que participan de la pugna electoral. No nos
parece que se pueda lograr un “cambio verdadero” sin atacar a fondo a
las instituciones políticas y al poder económico, esto es, a los
capitalistas y las transnacionales. Por ejemplo garantizar una educación
pública y gratuita de calidad, requiere cuestionar los planes del Banco
Mundial y el FMI para la educación, y obtener los recursos por ejemplo
mediante el no pago de la deuda externa y los impuestos progresivos a
los grandes capitalistas. La democratización de los medios, como dijimos
antes, requiere atacar a las grandes empresas de las comunicaciones y
no es suficiente con nacionalizarlos, sino que hay que ponerlos a
funcionar bajo control de sus trabajadores. Otorgar oportunidades reales
a la juventud requiere garantizar tanto educación como empleo, y esto
último no se puede hacer sin tomar medidas radicales tales como el
reparto de las horas de trabajo con un salario que sea igual a la
canasta básica y que aumente de acuerdo a la inflación, entre otras
medidas elementales. Sabemos que está en las antípodas de lo que Vázquez
Mota, Peña Nieto o Quadri impulsarían, pero un gobierno de AMLO tampoco
las llevará adelante. Ante eso, como socialistas convencidos de un
programa y una perspectiva que ataque a los capitalistas y defienda los
intereses de la clase obrera y la juventud combativa, nos parece
fundamental la independencia política respecto a todos los candidatos, y
opinamos que, en las urnas, hay que mantener la congruencia y votar
nulo. Pensamos que una transformación real de la sociedad no vendrá de
la mano de alguno de los partidos que participan de la contienda
electoral, sino de la alianza con los trabajadores y el pueblo pobre de
México. Se trata de que el movimiento #YoSoy132 se mantenga
independiente, pero también de que vea en la clase trabajadora un aliado
fundamental para esta lucha. Adoptar una posición diferenciada de los
candidatos en disputa, es un paso adelante para avanzar en esa
perspectiva.
Más allá de los vaivenes, discusiones y debates que se generan en el
#YoSoy132 y entre las organizaciones, activistas y colectivos que
adscriben o apoyan al mismo, más allá de aportar con todas nuestras
fuerzas al triunfo de las reivindicaciones de los jóvenes que se
movilizan en las calles, es importante también tener una visión
estratégica de lo que está poniéndose en juego. Es la posibilidad de que
el movimiento actual sea un síntoma tanto de nuevas luchas obreras y
populares, como de la emergencia, en los próximos años, de una nueva
generación que abrace una perspectiva revolucionaria y socialista. Esto
puede parecer lejano, más aun considerando que la primavera mexicana es
muy distinta a la primavera árabe o a la primavera del maple. Pero no
deberíamos olvidar que la historia ofrece muchos ejemplos en los que
luchas estudiantiles dieron pie a largos años de insurgencia obrera y
popular y a la aparición de una nueva generación juvenil, sin ir más
lejos, fue el caso del ‘68, aun y a pesar de la sangrienta represión de
Tlatelolco. Para eso hay que prepararse: a la vez que aportamos de forma
unitaria al triunfo de las reivindicaciones del #YoSoy132, asumimos una
visión de futuro, esto es, contribuyendo a formar una organización
revolucionaria orgánicamente vinculada a la clase trabajadora y la
juventud combativa.
http://armasdelacritica.org.mx/?p=3051
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