viernes, 29 de junio de 2012

A 13 años de la lucha encabezada por el CGH-UNAM



Apuntes sobre la huelga de fin de siglo 

Por Pablo Oprinari


Introducción

El surgimiento del movimiento #YoSoy132, y su extensión a la UNAM con la organización de asambleas y la realización de la Asamblea Universitaria del 30/5, para muchos trajo el recuerdo de la huelga estudiantil de 1999-2000. No faltaron quienes explicaron que este movimiento nada tenía que ver con la huelga de fin de siglo (como la llamaron entonces muchos medios de comunicación) y hasta hubo llamados tendenciosos a deslindarse y repudiar la experiencia del ‘99 y sus “métodos asamblearios”. Si bien –como no podía ser de otra forma– los movimientos son distintos, es evidente que la presencia que mantiene la huelga del ´99 responde a que aquel movimiento frenó la imposición de cuotas en la UNAM, cimbró las estructuras políticas universitarias y al régimen priista en crisis terminal que prometía autorreformarse.
Si no hay movimiento político y social que empiece “desde cero” ni que invente todo, es entonces de enorme importancia reflexionar y aprender de las experiencias previas. En la asamblea del 30/5 correctamente se planteó que “somos herederos de los fraudes, crisis económicas; somos herederos del levantamiento armado zapatista, de la matanza de Acteal, de los crímenes en el estado de México”. Esto es, parte de una tradición de lucha y de resistencia contra los planes y las políticas de los partidos patronales y sus políticos. Y, por eso, el movimiento es también heredero de las luchas estudiantiles de las décadas previas; del movimiento de 1968, de la lucha estudiantil de 1987 y 1995, y de aquella huelga que enfrentó a dos rectorías (la de Francisco Barnés de Castro y de Juan Ramón de la Fuente), y que sólo pudo ser derrotada mediante una represión que incluyó más de 1,000 presos políticos y centenares de expulsados.
Los integrantes de la LTS y de Contracorriente (agrupación estudiantil surgida en 1997) fuimos parte activa del movimiento desde su inicio, impulsamos las asambleas y los Comités de Representantes por escuela e integramos los Comités de Huelga junto a otras agrupaciones estudiantiles y cientos de estudiantes independientes, fuimos delegados de nuestras escuelas y estuvimos dentro de los representantes del CGH para asistir al diálogo con la Rectoría, permanecimos como parte del mismo hasta la ocupación policíaco-militar de la UNAM, y compartimos la cárcel junto a cientos de huelguistas, independientes e integrantes de otras corrientes participantes de la huelga, como orgullosos participes de toda una generación estudiantil. Hoy, nuevos jóvenes que continúan con la experiencia de lucha de Contracorriente son parte del movimiento #YoSoy132.
Ayer como hoy, lo que estuvo planteado fue sostener una perspectiva política para poner en pie una generación de jóvenes y estudiantes que defienda la educación publica, luche junto a los trabajadores y enfrente la antidemocracia, la opresión y la opresión del sistema capitalista, al mismo tiempo que luchamos unitariamente por las demandas estudiantiles.
El presente texto lo presentamos como un aporte para comprender un capítulo fundamental en la historia del movimiento estudiantil, y para coadyuvar al surgimiento de esa nueva generación.
1. El preámbulo de la huelga de fin de siglo
El movimiento que desembocó en la huelga estudiantil más extensa en la historia de México, inició a mediados de febrero de 1999. El 15 de ese mes fueron anunciadas en la Gaceta de la UNAM las modificaciones al Reglamento General de Pagos, con un incremento de cuotas que, en el caso de las licenciaturas, pasaba de $0.20 anuales a $2,040. Eso significaba un salto en el proceso de elitización de la universidad y el fin del importante principio de gratuidad. Este anuncio acaparó la atención y expectativa de la comunidad universitaria: en todas las escuelas se hablaba de ello, espontáneamente se comenzaron a formar reuniones en salones y jardines que se comprometían a ampliar y masificar el movimiento. De estas asambleas comenzaban a salir representantes y resolutivos para ir a informar a más compañeros, involucrar a toda la comunidad, discutir qué hacer, etcétera.
Mientras las autoridades llamaban a respetar los Consejos Técnicos por escuela, como “única” representación de la comunidad universitaria, las asambleas estudiantiles cuestionaban la antidemocracia de los mismos y sus discusiones a puertas cerradas. El alza de cuotas sería aprobado en esas instancias.
Ante esta medida que era la avanzada de la ofensiva privatizadora, el 24/2 en el auditorio Che Guevara, se constituyó la Asamblea Estudiantil Universitaria (AEU), con la asistencia de 3,000 estudiantes provenientes de 30 escuelas y facultades. En esa reunión se unificaron argumentos de rechazo a la propuesta de Rectoría y se llamó a la masificación de las asambleas.
Desde un inicio, la política del rector Barnés fue avasallar cualquier oposición proveniente de la comunidad universitaria y desconocer a las asambleas de representantes que llamaban al diálogo. Llegado el día que se discutiría la propuesta de cuotas en los Consejos Técnicos por escuela, uno a uno fueron renunciando los consejeros estudiantes y algunos profesores, que se negaron a ser parte de la farsa de aprobación del Reglamento General de Pagos (RGP). Muchos abandonaron las sesiones para integrarse a los multitudinarios mitines que había fuera de las escuelas.
A mediados de febrero inició una creciente y sostenida movilización estudiantil. El 25/2 se realizó la primera Marcha de las Antorchas, con 20,000 asistentes, del Monumento de Álvaro Obregón a Rectoría.
Haciendo oídos sordos del descontento creciente, el 23/2 se aprobó el RGP en la Comisión de Presupuestos del Consejo Universitario, que era la siguiente instancia según la Legislación Universitaria.
El 2 de marzo Barnés no asistió al dialogo convocado por la Asamblea Universitaria y se redoblaron los brigadeos en las escuelas y en las calles para informar a la población de lo que sucedía en la UNAM. A estas alturas el funcionamiento de las asambleas de representantes era muy dinámico, la politización de la juventud universitaria había crecido y su desconfianza en las autoridades universitarias también. Cientos de brigadas estudiantiles comenzaron a recorrer mercados, transportes, escuelas, sindicatos, al mismo tiempo que se convocó a una mega movilización en Ciudad Universitaria para el día en que el Consejo Universitario debía aprobar el RGP.
El 4/3, más de 30,000 estudiantes se movilizaron de Parque Hundido a CU, exigiendo el retiro de la propuesta de rectoría o en su defecto se irían a huelga. El 11/3 se realizó en 23 planteles un paro activo.
El 15/3 fue el día de imposición del RGP, los estudiantes se enteraron que las autoridades querían sesionar alejados de la comunidad, violentando el que la misma legislación obliga al Consejo a reunirse dentro de las instalaciones universitarias. Así comenzó una literal persecución de los integrantes del Consejo Universitario, que huían por los sótanos de Rectoría mientras miles de estudiantes en las islas repudiaban su accionar. Finalmente se “aprobó” el RGP en el Instituto Nacional de Cardiología, donde se realizó la sesión. Allí arribaron varios camiones con estudiantes que intentaron evitar la aprobación, pero en 15 minutos terminó la reunión. Alrededor de 20,000 estudiantes marcharon desde el Instituto de Cardiología a Ciudad Universitaria, donde realizaron un mitin de rechazo al alza de cuotas, denunciando la ilegalidad de haber aprobado el RGP fuera de las instalaciones universitarias y llamando a discutir las medidas a tomar.
La cerrazón de las autoridades, que no escucharon el clamor estudiantil, empujó al estallido de la huelga. El 24 de marzo una nueva acción paralizó 28 planteles: el movimiento estudiantil estaba determinado a echar atrás el alza de cuotas. Esta contundencia le valió la enorme simpatía de la población que comenzaba a asistir a sus marchas y apoyaba económicamente en los brigadeos.
El 15 de abril se realizó la primera Consulta General Universitaria, organizada por el movimiento estudiantil, donde la mayoría se manifestó contra la abrogación del RGP. Esto mientras aparecía lo que fue una constante durante los 9 meses y medio de huelga: acciones “legales” contra los activistas ante el Tribunal Universitario, detenciones de estudiantes que realizaban brigadeos, ataques porriles, amenazas y secuestros. La huelga era inminente: en el Consejo General de Representantes (antes Asamblea Estudiantil Universitaria) se resolvió estallarla el 20 de abril a las 00:00 horas. En las movilizaciones y asambleas se expresaba la firme decisión de enfrentar la ofensiva del rector Barnés, avalada por el gobierno priista de Ernesto Zedillo, por las cámaras empresariales y las principales instituciones del odiado priato.
Dentro del movimiento, en las semanas previas al 20/4 iniciaron las primeras confrontaciones políticas. Los agrupamientos vinculados con el PRD –el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y la Red de Estudiantes Universitarios (REU)– intentaron frenar el estallido de la huelga. Su política era “convencer” a Barnés y al Consejo Universitario, sea mediante el dialogo o la participación en el Consejo, así como echar atrás las reformas con la interposición de recursos legales sobre la inconstitucionalidad del RGP. Sin embargo, todo esto era impotente ya que el conjunto de las instituciones (universitarias y extrauniversitarias) avalaban la política de Rectoría y Barnés estaba decidido a no dar un paso atrás en sus intenciones. De imponerse, la actuación del CEU y la REU sólo disiparían la energía del movimiento estudiantil, que en cada manifestación y en cada asamblea mostraba una gran disposición a la lucha. Se pretendía así que mediante el diálogo se lograrían las demandas estudiantiles, pero la única forma de imponerlas era mediante una gran demostración de fuerza: una huelga, basada en un movimiento estudiantil masivo y organizado desde las bases. Los estudiantes desconocían el Consejo Universitario y exigían la renuncia de Barnés, que ya no volverían a convocarlo al diálogo; y se preparaban para la huelga.
El 18 y 19 de abril todos los planteles de la UNAM votaban y discutían las últimas medidas para estallar la huelga. Fueron dos noches de mucha tensión pues los directivos impedirían a toda costa el cierre de puertas. Los estudiantes realizaron reuniones de seguridad a puerta cerrada para definir las medidas a tomar en caso de la llegada de porros, policías y autoridades (fueron las únicas reuniones a puerta cerrada que avaló el CGH en toda su lucha). Las escuelas periféricas colocaron barricadas en todas las entradas, cadenas y candados y las facultades de Ciudad Universitaria se unificaron para bloquear los accesos a la universidad e intentar cerrar filas en facultades como Derecho, semillero de priistas y panistas, que llegaban al día siguiente con las autoridades a reventar la huelga a punta de golpes. La madrugada del 19 y 20, miles de jóvenes formaban cordones humanos en todas las escuelas de la UNAM para resistir los aventones de grupos que formaron las autoridades para intentar ingresar a los planteles. De los rostros que aparecían al frente en estas acciones, grabadas por las autoridades, salieron muchos de los cientos de expulsados al término de la huelga. Las confrontaciones duraron toda la mañana en algunos planteles y en todos los casos las autoridades terminaron retirándose.
Las cartas estaban echadas: el 19 de abril las escuelas periféricas estallaron la huelga y el 20 de abril a las 00:00 horas, después de una sesión del naciente Consejo General de Huelga en el Auditorio Che Guevara, las banderas rojinegras fueron izadas en Ciudad Universitaria y en la mayoría de los planteles de la UNAM por una nueva generación estudiantil que salía con entusiasmo a pelear por sus demandas.
Si Barnés pensaba que el movimiento se doblegaría ante su intransigencia y las trampas y maniobras de rectoría, estaba equivocado. El autoritario priista terminaría cayendo antes de que el CGH cejara en sus demandas.
2. Los motores profundos de la lucha estudiantil
La irrupción estudiantil –12 años después de la huelga de 1987– tuvo motores profundos y estructurales, que se articularon con el encono despertado por la imposición de rectoría.
El movimiento estudiantil no era (ni es) ajeno a los procesos sociales. Siendo el estudiantado una capa social heterogénea reclutada en distintas clases de la sociedad, en determinados momentos históricos la universidad se transforma en una caja de resonancia de las contradicciones sociales. En 1999, procesos subterráneos recorrían a la sociedad mexicana. Descontento con la opresión característica de un régimen político profundamente proimperialista y al servicio de las grandes transnacionales, cuya expresión más honda y trascendente fue el alzamiento zapatista de Chiapas. Ansias de libertad y democracia frente a un decrépito priato, como se hizo notar en las masivas movilizaciones urbanas de 1988 y en 1994. Todo esto fue contenido por el acuerdo conocido como la “transición pactada” entre los partidos del Congreso, mediante el cual se buscaba encauzar el descontento tras la ilusión en una hipotética autorreforma de las instituciones. En ese contexto social se dio la huelga, y la reacción de los estudiantes, provenientes en su gran mayoría de las capas medias y sectores populares, expresó e hizo propios el hartazgo con décadas de opresión por parte de un decrépito priato, y la insatisfacción ante una reforma democrática retaceada desde fines de los años ‘80.
La lucha estudiantil inició como una reacción generalizada al alza de cuotas. Afirmar que la huelga estalló por la intransigencia de las autoridades, es correcto, a condición de que no se reduzca a eso la dinámica del movimiento, quitándole su carácter político y obviando las tendencias que allí se desplegaron.
Si no, cómo explicar la lucha en defensa de la educación pública y para todo el pueblo, que llevó adelante el CGH, y que lo llevó a proponerse mantener la huelga hasta la resolución integra y efectiva del pliego petitorio de seis puntos, después de que el Consejo Universitario, a instancias de Francisco Barnés, promulgase un nuevo RGP que volvía “voluntarias” las cuotas. O las importantes definiciones políticas –en las cuales nos detendremos más adelante– respecto al gobierno de Zedillo y el conjunto de los partidos patronales y del Congreso.
La huelga mostró que los estudiantes universitarios se adelantaban a la mayoría del movimiento obrero –contenido por sus direcciones charras– y tomaba la estafeta de la rebelión indígena y campesina de 1994. Lejos de acotarse a una lucha sólo reivindicativa y sectorial, la huelga se convirtió en uno de los movimientos políticos nacionales más importantes de la historia contemporánea de México; mostrando, a su manera, lo correcto de una antigua definición que afirma que “cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio.” (1)
Llegados a este punto, hay que decir que también la experiencia de 1968 mostró estas características. En los años sesenta, en distintos países del orbe (Argentina, Chile, México, Francia, Portugal, por ejemplo) surgieron movimientos estudiantiles que fueron parte de importantes procesos de lucha de clases. Y que expresaban la radicalización política de las capas medias, tendiendo a confluir con sectores de los trabajadores y el pueblo pobre. En México, el movimiento sesentaochero dejó una honda huella en la historia de los explotados y oprimidos de la nación. Su pliego de demandas cuestionaba un régimen basado en la antidemocracia y la represión, y le daba voz al sentir de millones de trabajadores y campesinos. La exigencia de la libertad a los presos políticos (que volvió a escucharse en las islas de CU el pasado 30/5) tendió un puente entre la juventud del ‘68 y la lucha obrera más importante de los años previos, los ferrocarrileros y sus presos por luchar. La influencia que las ideas socialistas ganaba en las asambleas y el CNH, mostraba la tendencia a orientarse hacia una perspectiva conscientemente revolucionaria. La simpatía recogida por el Consejo Nacional de Huelga (CNH) entre el pueblo trabajador, y los movimientos de insubordinación que se iniciaron entre la clase obrera contra los charros, mostraba que el movimiento estudiantil acicateaba el profundo descontento popular. Y que, por eso mismo, era posible la citada confluencia obrera estudiantil contra el priato; como mostró por ejemplo el descontento anticharro en el Zócalo el día 28/8. Y la gran participación de sectores populares en el mitin de Plaza de Tlatelolco del 2 de octubre. Ello justificó, desde el punto de vista burgués, la represión criminal de ese día.
En el inicio de la huelga de 1999-2000 no sólo está la reacción al RGP sino también la oposición a un régimen antidemocrático basado en la perpetuación de la explotación, la miseria y la pobreza para la inmensa mayoría de los mexicanos y mexicanas. Esto se expresó en las movilizaciones y acciones estudiantiles en solidaridad con los trabajadores, particularmente en torno al Sindicato Mexicano de Electricistas, el Sindicato de Trabajadores de la UNAM y la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación.
3. La democracia directa: el gran “secreto” de la fortaleza de la lucha estudiantil
Desde el inicio del movimiento, los estudiantes se organizaron de forma democrática para la toma de decisiones. En decenas de escuelas y facultades surgieron asambleas de base. La organización de la AEU dejó finalmente lugar al Consejo General de Representantes (CGR), y de Huelga después (CGH). El CGH se basaba en el principio de delegados con mandato, rotativos y revocables, votados por las asambleas de base o Comités de Huelga (CH), siendo cada escuela soberana en cuanto a la asignación de sus cinco representantes. Los mismos debían llevar al CGH el mandato de sus escuelas, aunque el mismo estaba abierto a la palabra de cualquier huelguista y organización solidaria, que tenía la voz generalmente al inicio de la sesión.
Esta forma de organización fue el resultado de la tradición acumulada en el estudiantado mexicano, particularmente del Consejo Nacional de Huelga de 1968. Aunque en esa ocasión el movimiento alcanzó un carácter nacional, también hay que considerar que los representantes no tenían un carácter rotativo, distinto en ello al CGH de 1999-2000. La experiencia mexicana (la del ‘68 como la del ‘99) es diferente y superior a la de otros estudiantados del continente con formas organizativas burocráticas –como son la mayoría de las federaciones y centros de estudiantes–, donde tras la supuesta democracia del voto cada año, se impide la real participación política de la mayoría estudiantil. La fortaleza, extensión y capacidad de lucha de la huelga del ´99 estuvo basada en la existencia de un organismo de democracia directa, el CGH, que mediante los principios de mandato, revocabilidad y rotatividad facilitó que se expresase directamente la posición y el estado de ánimo de la base estudiantil.
Esto permitió controlar la acción de las distintas corrientes políticas y en particular las afines al PRD, que desde antes del estallido de la huelga buscaron manipular las decisiones.
En los inicios del movimiento de 1999, el peso de estos grupos era notable. En la causa de esto destacan dos cuestiones. Por una parte, la influencia política e ideológica ejercida por el PRD sobre el estudiantado, a partir del auge del cardenismo, vislumbrado por miles de estudiantes como un fenómeno opositor al priato. Aunado a esto, la influencia de grupos como el Consejo Estudiantil Universitario (CEU) y la Red de Estudiantes Universitarios (REU), con tradición, cargos en los Consejos Técnicos y el Consejo Universitario, y con una aceitada presencia en la mayoría de las escuelas.
En las luchas previas, las direcciones del CEU en la UNAM, enviados como representantes de asamblea, negociaban los pliegos petitorios a puerta cerrada con las autoridades y volvían con los resolutivos de levantamiento a sus planteles; que en algunos casos tomaban ahí sin consultar con la base. Eso fue creando un descontento que estalló contra el PRD en la huelga del ‘99.
La estructura que se dio el movimiento estudiantil permitió que –aun en esos primeros momentos de hegemonía del ceuismo– el estallido de la huelga se diera en contra de la voluntad del mismo, como resultado del descontento creciente en la base estudiantil ante las provocaciones de la rectoría. Las corrientes vinculadas al PRD intentaron evitar, hasta el último instante, el inicio de la huelga, apelando a confiar en cambiar la correlación de fuerzas en el seno de las instituciones universitarias (como las sesiones del Consejo Universitario) y presionando para continuar emplazando al diálogo al rector Barnés, quien se negaba siquiera a conversar con los estudiantes.
Durante los meses siguientes, la masificación del movimiento cegeachero y su organización democrática evitó que estas corrientes montasen una estructura burocrática desde donde imponer su política. Cualquier estudiante (independiente o miembro de cualquier corriente), tenía que convencer a la asamblea de sus propuestas. El control de la base estudiantil desde las asambleas fue fundamental para impedir el triunfo de las maniobras de los jóvenes perredistas, en particular sus propuestas de negociar el fin de la huelga a cambio de promesas que en los hechos eran migajas que no resolvían el pliego petitorio. Cada propuesta de diálogo con las autoridades, cada paso a dar por parte del movimiento se sometía a la discusión y decisión de las asambleas; los delegados llevaban a sus comités y asambleas las distintas posturas vertidas en el CGH, y sobre esa base los que sostenían la huelga día con día resolvían los pasos a dar. Los delegados al CGH, independientemente de que tenían derecho de verter sus posiciones particulares, debían votar la postura de su escuela. En el CGH se resolvía de acuerdo a las posturas que reunían el apoyo de una mayoría de escuelas. La mesa de las plenarias se resolvía mediante sorteo y estaba sujeta a la remoción en la misma sesión. Aunque esto no siempre funcionaba así, y estaba sujeto a discusión y corrección constante, era una organización fundamentalmente democrática. Se trataba de un ejercicio de democracia directa que a algunos se les antojaba “lento”, pero la realidad es que ese calificativo expresaba la molestia por los “candados” que impedía que un pequeño grupo tomase decisiones “ejecutivas” a su antojo, y por encima del sentir de la base estudiantil. Basado en este principio, todo intento por negociar “saltándose” la decisión del CGH fue desautorizado. Otro aspecto que resaltan los críticos del CGH es la rotatividad y revocabilidad; dicen que eso impidió el surgimiento de una dirección con “experiencia” o incluso “interlocutores” para la negociación. Parecería expresar una molestia con la carencia de una “dirección” que actuase por encima de la base estudiantil; sin duda surgieron activistas reconocidos en cada escuela y facultad, y los mismos sostenían sus posturas políticas, individuales o de su organización; y en algunos casos su nivel de “exposición mediática” los volvía “interlocutores” de los medios de comunicación y aparecían como los “líderes”. Pero ninguno de ellos estaba ubicado por encima de su asamblea, sino que debía sujetarse a la misma y, si sostenían posturas a nombre del movimiento sin basarse en los resolutivos, eran criticados por cualquier estudiante en su CH o en el CGH. La rotatividad y revocabilidad coadyuvó también a la politización del movimiento estudiantil: fueron miles los delegados representantes de sus asambleas, durante casi un año de lucha. Prácticamente cualquier huelguista podía sostener los argumentos de su lucha ante la prensa, las autoridades y la población. Esto le dio al movimiento una fortaleza impresionante, surgía una generación politizada que no caía en las trampas del gobierno.
Recientemente, en el movimiento #YoSoy132 se escucharon voces de críticos del “asambleísmo” cegeachero; no casualmente algunas de esas voces provienen de individuos y organizaciones vinculadas a lo que en la huelga se conoció como el ala “moderada”, y la crítica del asambleísmo parece, en esos casos, una defensa encubierta de los métodos burocráticos de funcionamiento.
Estos mecanismos se expresaban también en la negociación con las autoridades. La demanda de diálogo público, abierto y resolutivo, enarbolada por el CGH y el CNH en su momento, fue de las más resistidas por la rectoría, que buscaba “interlocutores” que pudieran ser corrompidos o “convencidos” de levantar la lucha, sin el control de la base estudiantil. El CGH buscaba con un diálogo “de cara a la nación” propagandizar sus demandas y a la vez evitar que se traicionara los puntos del pliego petitorio. La designación de las comisiones de diálogo era mediante sorteo; cuestión resistida por distintas corrientes que, bajo el argumento de “que vayan los más preparados”, ponía en peligro los principios democráticos del Consejo.
Si el funcionamiento del CGH facilitaba que se reflejase directamente el posicionamiento de la base estudiantil, esto se expresó en que, conforme transcurrían las semanas, al calor de la cerrazón de las autoridades y de los ataques de los gobierno federal del PRI y capitalino del PRD, el movimiento tendió a radicalizarse. El activismo que sostenía la huelga y se vinculaba por fuertes lazos al conjunto de la comunidad universitaria y sectores de la población, se enfrentaba cada vez más fuertemente con las corrientes que se esforzaban por levantar la huelga y que recibieron el nombre de “moderadas”. La radicalización del CGH no fue entonces el resultado de una operación maquiavélica de las corrientes políticas “ultras”, sino la evolución de un movimiento, nutrido por miles de activistas estudiantiles, que luchaba por la educación para todo el pueblo de México, enfrentaba de manera intransigente las maniobras de la rectoría y de las corrientes “moderadas”, y radicalizaba sus acciones de lucha.
En el CGH actuábamos colectivos y agrupaciones de izquierda (2), pero la influencia que eventualmente alcanzaban las distintas propuestas, era el resultado de ser parte de un proceso real de la base estudiantil, algo opuesto a la “leyenda negra” de una “ultra” que llegaba de afuera e imponía –quien sabe cómo– sus posiciones. De igual forma, las corrientes moderadas (u otras como los llamados “ultramoderados”, grupos que se consideraban socialistas y que llamaron a “flexibilizar” la lucha), fueron no sólo rebasadas por la dinámica del movimiento, sino que los miles de estudiantes que sostenían la ocupación de planteles dieron la espalda a sus propuestas.
El basamento de las asambleas permitió también que –aun en los momentos en que el movimiento tendía a reducirse o aislarse– se discutiera cómo reimpulsarlo. Las comisiones y brigadas emanadas de los comités de huelga jugaron un rol importantísimo en llevar las demandas del movimiento a los sectores populares, y el método asambleario fue fundamental para sostener la huelga, apelando al sentimiento democrático del estudiantado, cuando la rectoría intentó distintas maniobras para retomar las instalaciones, como en enero del 2000.
Quienes atacan al CGH y a la huelga que éste organizó, deberían reconocer que la lucha de 1999-2000 y la organización democrática desde las bases, logró más de lo que lograron durante muchos años (antes y después del ‘99) los consejeros técnicos estudiantiles vinculados al PRD y sus “redes universitarias”: mantener la gratuidad de la educación, a pesar de que la misma ha sido torpedeada por cobros encubiertos y mecanismos de elitización promovidos por De la Fuente primero y Narro después. Resaltar los aspectos ejemplares del CGH, no quiere decir que en el transcurso de la lucha no hubo fuertes discusiones al interior del mismo sobre su funcionamiento. En particular, desde Contracorriente, criticamos muchas veces que, a través de las llamadas “comisiones” (como la Comisión de Prensa) supuestamente dedicadas a cuestiones “logísticas” u “operativas” se expresaban –sin que hubieran sido sometidos a discusión y votación–, los posicionamientos de determinadas corrientes políticas. Esto es también una lección para el #YoSoy132, donde las comisiones de “logística” no pueden convertirse en una instancia que se eleve por encima del movimiento, lo que permitiría el naciente desarrollo de un sector por fuera del control de las asambleas.
Al mismo tiempo que rescatamos el carácter asambleario del movimiento del ‘99, sostenemos que su capacidad de acción residió en que alcanzó un grado de centralización y de resolución en la toma de decisiones. El CGH era la dirección reconocida; independientemente de que sus delegados cambiaban constantemente, la toma de decisiones iba desde las escuelas hasta el Consejo, y se resolvía mediante votaciones de mayoría. Aunque en determinado momento se consideró como consenso una mayoría de 28 escuelas, el mecanismo era el de votación después de un tiempo amplio de discusión y debate. En un material publicado por Contracorriente en el año 2000, en ocasión del Encuentro Internacional de Estudiantes realizado en El Mexe, Hidalgo, decíamos “Por otro lado, la organización del CGH muestra la superioridad de la organización en base a los delegados revocables y con mandato frente a las corrientes de tipo “autonomista” que operan en el movimiento estudiantil de varios países y que sostienen el asambleísmo permanente y se oponen a toda centralización y “delegación”, con ideas que recuerdan la precapitalista “democracia rousseauniana”. Por el contrario, la democracia directa que utilizó el CGH recupera las mejores tradiciones de autoorganización que supo gestar el movimiento obrero y de masas durante el siglo XX, como fueron los soviets rusos en 1905 y 1917, los consejos obreros italianos en 1920, los consejos de la revolución húngara de 1956 o los cordones industriales chilenos en 1973, por tomar algunos de los ejemplos más relevantes. Estos casos muestran la forma en que los trabajadores resolvieron históricamente el desafío crucial, en situaciones de ascenso generalizado de la clase obrera y de otros sectores explotados, de armonizar reivindicaciones y distintas formas de lucha, aunque sólo fuese en los límites de una ciudad, ya que los soviets o consejos son organismos que unen a representantes de los distintos sectores en lucha.”(3)
4. La defensa de la educación pública y el cuestionamiento a los planes contra la educación
El aumento de cuotas en la UNAM fue la expresión en nuestro país de la ofensiva sobre la educación pública y sobre la llamada “universidad de masas” imperante durante la segunda posguerra en nuestra región. El proyecto impulsado por el Banco Mundial en sus recomendaciones en el terreno educativo pretendía reconvertir la universidad en función de los intereses de las grandes empresas. Durante toda la década de 1990 esto se mostró en una serie de medidas restrictivas y elitistas, tendientes a acabar con las conquistas de la educación pública que aún persisten en los países latinoamericanos. En ese marco se inscribieron, por ejemplo, el proyecto Barnés de aumento de cuotas, los cobros encubiertos, así como la creciente restricción a la matrícula (donde el examen de ingreso continua actuando como un filtro que deja fuera a la mayoría de los aspirantes) y las reformas de 1997 por las que se eliminó el pase automático entre el bachillerato de la UNAM y las licenciaturas. Disfrazado bajo un discurso “populista” de derecha contra los privilegios de los estudiantes universitarios, se proyectaba reducir aún más el acceso a la universidad de los sectores medios, populares y de la minoría de hijos de trabajadores que podían acceder a la misma.
Junto a esto, los planes contra la educación pública del Banco Mundial en América Latina, implicaron una mayor subordinación del conocimiento y la investigación científica a los grandes monopolios. En este terreno se inscribieron las reformas a los planes de estudio, la supervisión de la evaluación por parte de organismos privados, el financiamiento privado de las investigaciones; ejemplo de ello fueron el CENEVAL o la participación de los institutos de investigación en proyectos “auspiciados” por empresas privadas, todo lo cual el CGH denunció durante la huelga.
En ese marco se dio el estallido de la huelga y el pliego petitorio del CGH. El mismo contemplaba 1) Abrogación del Reglamento General de Pagos y eliminación de todo tipo de cobros 2) Derogación de las reformas de 1997, lo cual implicaba eliminar el límite de permanencia y restablecer el pase automático 3) Congreso democrático y resolutivo acatado por la rectoría 4) Desmantelamiento del aparato represivo y de espionaje de las autoridades, y eliminación de actas y sanciones 5) Recuperación del semestre y cancelación de las clases extramuros y 6) Rompimiento con el CENEVAL y eliminación del examen de ingreso, punto que fue agregado 2 semanas después del inicio de la huelga. El pliego petitorio (PP) expresaba una lucha por los principios de gratuidad, contra el limitacionismo restrictivo del ingreso, la elitización de la educación superior y contra las instituciones universitarias. Atacaba lo esencial de los planes contra la educación pública y perseguía la lucha por una democratización de la universidad que implicaba, como primer paso, cuestionar el control de la rectoría sobre todas las decisiones de la comunidad. Este pliego era parte de un sentir más amplio expresado en una serie de demandas que emergieron al inicio de la huelga en un gran número de asambleas, nutriendo una plataforma de lucha de más de 30 puntos. Con el correr de las semanas el PP se transformó en la bandera de lucha de los estudiantes huelguistas, quienes no dudaban de sostener la huelga hasta su resolución íntegra y efectiva. El intento de la rectoría fue desactivar la huelga con la promesa de que las cuotas serían “voluntarias”, pero los estudiantes consideraron, correctamente, que el principio de gratuidad no estaba garantizado con esa promesa, y que dicho principio iba íntimamente vinculado a la lucha contra las medidas elitizadoras como las reformas del ‘97 o el CENEVAL. Desde Contracorriente participamos y defendimos el pliego petitorio en tanto expresaba esta lucha progresiva, al mismo tiempo que decíamos que esas demandas eran el punto de inicio de un programa que iba más allá, que debía luchar por una universidad al servicio de los trabajadores, los campesinos, el pueblo y sus luchas.
5. “Ultras” y “moderados”, estrategias en el movimiento estudiantil
A partir del 20/4, el CGH se convirtió en un actor fundamental de la escena política nacional. Durante los meses siguientes se realizaron numerosas movilizaciones multitudinarias; por mencionar algunas de las primeras: el 24/4, el 1º de mayo, o el 12/5, donde participaron 100,000 personas. Centenares de brigadas y miles de brigadistas, recorrían las calles, los mercados, las colonias y el transporte público, difundiendo sus demandas y recogiendo la simpatía popular ante un CGH que se proponía luchar por la educación para todo el pueblo. Los planteles y escuelas eran un hervidero de discusión y debate constante, y se consumaba un despertar político y cultural para miles de jóvenes. La huelga se sostenía con el boteo y con la solidaridad material de muchas organizaciones populares, sociales y sindicales, las cuales también realizaban movilizaciones y acciones en solidaridad, como las que hicieron los trabajadores del IPN, del Colegio de Bachilleres y distintas universidades de todo el país. Junto a esto, el CGH tendía lazos nacionales e internacionales: en las primeras semanas se realizaron 3 Encuentros Nacionales Estudiantiles en Ciudad Universitaria; el 25/4 fue el primero de ellos, donde 15 universidades refrendaron su apoyo al movimiento de la UNAM; días después, 20 sindicatos universitarios manifestaron su apoyo al CGH y el STUNAM acordó brindar ayuda y no prestarse a las actividades extramuros. El CGH, en tanto, se reunía constantemente, con sesiones donde se sucedían las propuestas políticas para ampliar el movimiento y sacarlo de las aulas universitarias, y se generaba un acalorado debate en torno al curso del mismo. La convicción era clara y se iba cimentando día a día en la ocupación de los planteles y en las brigadas; exigir la resolución del pliego petitorio, primer paso hacia una democratización de la universidad. En ese marco, surgían discusiones y posturas más radicalizadas que avanzaban hacia el cuestionamiento de la sociedad de clases. Pero es importante considerar que, contrario a la ridiculización montada por quienes sostenían que en el CGH primaba la estrategia de “HPP” (“huelga popular prolongada”), si ésta se extendió en el tiempo, se debió a la cerrazón de las autoridades y a que cada una de las propuestas formuladas por Barnés, los académicos y los sectores “moderados”, era visualizado como una trampa al no resolver los seis puntos del pliego petitorio.
Desde febrero las corrientes afines al PRD, vinculadas al gobierno capitalino de Cuauhtemoc Cárdenas, intentaron –como explicamos al inicio– evitar el estallido de la huelga, conduciendo el descontento estudiantil hacia la confianza en una mesa de diálogo con Barnés. Era evidente que la única forma de frenar el RGP y obligar a Barnés a negociar, era mediante una acción decidida que mostrase la fuerza estudiantil, para lo cual había que organizar la huelga y retomar las mejores tradiciones de autoorganización del movimiento estudiantil mexicano, cuestión que desde Contracorriente propusimos en las primeras sesiones de la AEU y del naciente CGH, denunciando las maniobras burocráticas de los perredistas, muchas veces toleradas por otras organizaciones universitarias. Sin embargo, una vez decidida la huelga, los llamados “históricos” (las corrientes perredistas que venían de la huelga del ‘87) intentaron forzar su rápido levantamiento, alertando contra un “desgaste” a todas luces inexistente, y buscando que el CGH redujera sus demandas al primer punto del pliego. Estas corrientes buscaban aceptar las promesas de Barnés sin ninguna garantía de cumplimiento, y presentar los ofrecimientos de aquel –que burlaban las demandas originales–, como éxitos del movimiento. Violando los mecanismos democráticos los dirigentes perredistas se autoerigieron en “voceros” del movimiento, lo que provocó el desconocimiento de toda posición que no surgiera estrictamente de los órganos del CGH.
A partir de junio se sucedieron las propuestas de salida al conflicto, que fueron discutidas extensamente en el CGH bajo la presión constante del ala “moderada”. El 7/6, el Consejo Universitario (CU) modificó el RGP y estableció las cuotas como “voluntarias” de acuerdo a “las posibilidades de cada quién”. El día 9 una amplia mayoría de asambleas rechazó las modificaciones propuestas. El CGH consideraba que no resolvían ni siquiera el punto 1 del pliego, ya que no garantizaban la gratuidad de la educación universitaria, y que sólo mediante un Congreso Democrático se resolverían las demandas de la huelga (4). La propuesta del CU desató una ofensiva de académicos, intelectuales y periodistas llamando a que el CGH dejase de lado la “intransigencia”; como Octavio Rodríguez Araujo que afirmó que “razonablemente, la huelga ya no es necesaria” (La Jornada, 10/6/1999). En contraste con esto, el mensaje del CGH en la multitudinaria movilización de ese día, que congregó a decenas de miles de estudiantes organizados en cuatro columnas, sostuvo “Que lo entiendan bien el gobierno y sus funcionarios en la UNAM: no estallamos la huelga para entrar a regatear que cosas se cobran y cuales; si se cobran a más o a menos. Estallamos la huelga por la gratuidad, y no daremos marcha atrás hasta lograrla. Nuestra lucha es por el un derecho de todos a estudiar, es por la gratuidad de la educación en nuestra universidad…” (La Jornada, 11/6/1999). Pocos días después, el organismo estudiantil resolvió continuar la huelga hasta el cumplimiento satisfactorio e incondicional de los seis puntos del pliego petitorio. Las propuestas “alternativas” que surgieron desde la rectoría, los académicos y los sectores moderados coincidían –más allá de los matices existentes– en proponer el levantamiento de la huelga a cambio de enviar a foros de discusión o a un eventual congreso universitario, los puntos exigidos por el CGH. Por ejemplo, el Partido Obrero Socialista, propuso –bajo el fundamento de un “desgaste de la huelga”– el levantamiento a cambio de un posterior Congreso, cuyas características fundamentales (por ejemplo si sería resolutivo o no) emanarían de la decisión de un referéndum.
Estas propuestas fueron rechazadas por el CGH por considerar que no resolvían satisfactoriamente el PP, basándose en la experiencia estudiantil de 1987 –donde las demandas terminaron siendo desconocidas por la rectoría– y en la larga tradición de maniobras traicioneras del priato, como las que sufrieron los zapatistas con los Acuerdos de San Andrés.
A partir del posicionamiento del Consejo ante estas salidas, los ataques políticos y mediáticos involucraron –ya no sólo a la rectoría y al PRI-PAN– sino también al PRD, a académicos e intelectuales vinculados a ese partido y a la gran mayoría de los medios de comunicación. Lamentablemente, la dirección del EZLN también atacó a la “ultra”. El CGH, mientras enfrentaba los intentos por forzar el levantamiento de huelga, debió buscar las vías para fortalecer el movimiento, superando el aislamiento, procurando nuevas alianzas y sacando la huelga a las calles.
En ese contexto, lo que estaba por detrás de la confrontación entre ultras y moderados no era “la histeria ultraizquierdista” como la definió Carlos Monsiváis, ni la mano de Gobernación, como afirmó el intelectual Jaime Avilés. Lo que estaba en juego eran dos perspectivas antagónicas respecto a la lucha.
Por un lado, la de las corrientes “moderadas” que buscaron restringir la huelga a una lucha reivindicativa y acotar sus demandas –por ejemplo pasando de exigir la resolución de los seis puntos a uno solo– para lograr un rápido levantamiento, en la medida que mantener el paro estudiantil generaba inestabilidad en la transición política en la que estaban comprometidos los tres principales partidos. Bajo esa lógica política, toda lucha por cambiar la estructura antidemocrática de la universidad era presentada como ajena a la misma huelga, y se pretendía diferirla a un futuro congreso Universitario. Asimismo, la articulación de la lucha universitaria con lo que sucedía fuera de los muros de la UNAM era visto como un delirio ultraizquierdista.
De otra parte, la perspectiva que se identificó como “ultra” no era otra que la dinámica que asumió la huelga, sostenida férreamente por un movimiento estudiantil decidido a obtener la resolución de sus demandas inmediatas. Este posicionamiento no sólo cuestionaba la estructura universitaria sino al mismo régimen dirigido por el PRI, que era el principal sostén de los planes de la rectoría. Junto a ello, cabe recordar que “la lucha de los estudiantes de la UNAM contra los planes imperialistas, la represión y por democratizar la Universidad actuaron como caja de resonancia del conjunto de las contradicciones sociales” (5), lo cual –agregamos– generó una amplia simpatía en sectores de los trabajadores y el pueblo, como se manifestó en distintas acciones de solidaridad y conjunción en las calles, y era una hipótesis plenamente factible que la huelga actuase como un catalizador del descontento obrero y popular contra el antiguo régimen del priato (6).
6. De la independencia política del movimiento a la represión del “demócrata” De la Fuente
Si al inicio de la huelga las corrientes afines al PRD contaban con gran ascendencia, la evolución de los acontecimientos llevó al movimiento a alcanzar una importante definición: la ruptura con el PRD y la independencia política respecto a los distintos partidos del Congreso, incluido el “sol azteca”. Se hizo una experiencia con las maniobras y trampas del perredismo, las cuales llevaron al enfrentamiento dentro del CGH y a la separación de algunos de los representantes y dirigentes de aquel. Aún en los casos que se mantuvieron en el movimiento, su incidencia sobre el curso del mismo decreció significativamente. El CGH asumió un curso de radicalización política, rompiendo con la larga tradición de influencia perredista sobre el movimiento estudiantil. Esta situación generó una campaña de calumnias y de artículos al estilo de “disparen sobre el CGH”, por parte de los medios de comunicación e intelectuales afines a aquel partido. Uno de los ejes de esta campaña –que tiene repercusiones y continuidad en las referencias del presente– es que la “ultra” fue responsable del aislamiento y de la derrota. Veremos a continuación que ambos argumentos eran falsos y que encubrían la responsabilidad de otros actores políticos y sociales.
El 12 de noviembre el movimiento obtuvo un importante triunfo: la renuncia de Barnés. La estrategia del gobierno y la rectoría desde el 20/4 se basaba en una línea dura, que incluía el desconocimiento del CGH y la persecución de los activistas, y que apostaba a que el aislamiento impusiese el levantamiento de la huelga. La renuncia de Barnés mostró el fracaso de esta política. La asunción de Juan Ramón de la Fuente, con un perfil “conciliador” (venía de “negociar” la privatización de áreas en Salubridad) señaló que el gobierno apuntaba al mismo objetivo que antes, mediante medios “democráticos”. En diciembre se organizó una farsa de diálogo en la cual, a pesar de ello, el CGH logró que la rectoría lo reconociese como interlocutor válido, algo retaceado en los meses previos. La caída de Barnés mostraba lo correcto de mantener la lucha.
En ese contexto, el “aislamiento” cuya responsabilidad le atribuían a la “ultra” era en realidad el resultado de que muchas direcciones sindicales y políticas no impulsaban la solidaridad efectiva con los estudiantes que luchaban por la educación pública, cuando estos más la requerían. No fue un hecho menor la negativa de direcciones sindicales como la del STUNAM a estallar la huelga universitaria unificada (7).
En esos momentos, desde Contracorriente insistimos que la clave para obligar a la rectoría a aceptar las condiciones del CGH era mantener la dinámica de movilización y de vinculación con los trabajadores y sectores populares; por eso planteamos por ejemplo la realización de una Asamblea llamando a las organizaciones obreras y sociales a sumarse a la misma; a la vez que proponíamos luchar por un diálogo abierto, público, democrático y combativo (y por supuesto sin un solo preso del movimiento), en contra de la intención de De la Fuente de entrampar al CGH en un diálogo en “lo oscurito”.
En ese contexto, inició una ofensiva “democrática” de la rectoría que, lejos de aceptar las condiciones que el CGH solicitaba para el dialogo, convirtió a éste en una verdadera trampa para presentar al CGH como “intolerante” y anunciar la realización de un plebiscito. El mismo, convocado para el 20 de enero, pretendía generar una presión social insostenible para obligar al levantamiento de la huelga. Dicho plebiscito –donde votaban los rompehuelgas y funcionarios del gobierno– contó con el apoyo del PRD y sus intelectuales afines. “La política de De la Fuente tenía el objetivo de crear las condiciones políticas para justificar la represión, y no estaba dispuesto a hacer ninguna concesión de fondo. La decisión del CGH de rechazar el plebiscito y convocar a su propia consulta fue totalmente justa. ¡Qué gran experiencia para el movimiento de masas mexicano ver las trampas “democráticas” que es capaz de montar el régimen del PRI-PAN-PRD para liquidar una huelga contrapuestas al Consejo General de Huelga basado en la democracia directa de los que luchan!” (8).
Después del plebiscito, De la Fuente intentó quebrar la huelga utilizando a los estudiantes no paristas; sin embargo, los huelguistas lograron confraternizar con aquellos, y se quebró esta maniobra formando el Frente Estudiantil Justo Sierra, integrado por huelguistas y no huelguistas. De inmediato vinieron acciones generalizadas de provocación y represión, como la toma en Prepa 3, donde la acción porril fue seguida de la incursión de cientos de Policías Federales y la detención de mas de doscientos estudiantes. Esto fue jugada del gobierno para aprisionar a los principales dirigentes del CGH y el ala dura que sabían llegaría a defender el plantel. Los estudiantes resistieron la toma de la policía unas horas, pero finalmente fueron detenidos y trasladados al reclusorio.
Ante ello, y “frente a la perspectiva de una represión generalizada, sectores de clase media y pueblo pobre de la ciudad de México rodearon de apoyo a los estudiantes en la multitudinaria marcha del 4 de febrero. Resurgía así un movimiento democrático en defensa de los estudiantes y su lucha, y por la libertad de todos los presos: el CGH se había convertido en una nueva bandera democrática de sectores de las masas, como los había sido el levantamiento campesino chiapaneco en el ’94. Frente a la emergencia del movimiento democrático, y para intentar anticiparse a su desarrollo, el rector convocó a una nueva reunión con el CGH con una delegación reducida y a puertas cerradas, para el viernes 4 de febrero. Su objetivo era “demostrar” una vez más su voluntad “dialoguista” y la “intransigencia” del CGH.” (9).
El 6 de febrero, 2,500 efectivos de la recién fundada Policía Federal Preventiva ocuparon las instalaciones universitarias, invadiendo el auditorio Che Guevara (donde sesionaba el CGH) y apresando a más de 1,000 estudiantes, quebrando la huelga. La represión fue el resultado de la ofensiva gubernamental y de las trampas “democráticas” de De la Fuente, avaladas y/o toleradas por muchos que cuestionaban al movimiento por la “intransigencia” con que se defendía el derecho a la educación gratuita y que en algunos casos (como Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis) se arrepentirían públicamente de haber apoyado la postura de De la Fuente. Durante los días siguientes, surgió un movimiento democrático de masas que, con la movilización de más de 150,000 personas, obligó a la liberación de la mayoría de los detenidos; durante los meses siguientes, la solidaridad nacional e internacional (expresada por ejemplo en el I Encuentro Internacional de Estudiantes realizado en El Mexe) terminará de arrancar a los últimos presos políticos del movimiento.
7. Estrategia y política en el CGH
Como decíamos antes, la definición de “ultra” fue un descalificativo utilizado por el oficialismo, la derecha empresarial y la prensa incluida la que se ostentaba como “progresista” –particularmente después de la ruptura con el PRD– para denostar y ridiculizar al movimiento. Lo que estigmatizaban como “ultra” era en realidad una amplia vanguardia estudiantil que mantuvo la huelga, logró frenar la imposición de cuotas (triunfo que los “moderados” no pueden adjudicarse) y contó con el apoyo de amplios sectores de la población, como se expresó no sólo en las marchas al inicio del movimiento, sino en las multitudinarias movilizaciones que “abrazaron” y “acuerparon” al CGH después de la represión del 6/2/2000.
De este movimiento nos hicimos parte distintas agrupaciones y colectivos de izquierda, identificadas por el activismo como organizaciones que participaron de la huelga hasta el final, y entre las cuales existían diversas perspectivas y propuestas políticas, las cuales estaban sujetas a discusión constante. Desde Contracorriente consideramos fundamental lograr la resolución íntegra y efectiva del pliego petitorio, fortalecer los mecanismos democráticos, defender la independencia política del CGH, desarrollar alianzas con los trabajadores y sectores populares para romper el aislamiento de los últimos meses de la huelga, y evitar caer en las trampas y maniobras de rectoría. A la vez que, como miles de activistas, luchábamos por el triunfo de las reivindicaciones inmediatas de la huelga –a partir de lo cual estaría planteado su posterior levantamiento–, considerábamos fundamental que el CGH, una institución que enfrentó las trampas y partidos de la transición democrática, asumiese una perspectiva estratégica, internacionalista y de unidad con los trabajadores. Como parte de eso, propusimos actividades internacionalistas al CGH como fue la movilización en apoyo a los anticapitalistas de Seattle (que fue reprimida por los granaderos del “democrático” gobierno perredista del DF) y avanzar en una coordinación y la unidad de acción con los trabajadores. Sabemos que asumir esa perspectiva no hubiese garantizado la unidad y confluencia en lo inmediato con la clase obrera ni garantizado en sí mismo el triunfo de la lucha. Pero como planteamos en aquel momento, “el sólo plantearlo firmemente como estrategia hubiera transformado al CGH en una organización muy superior a la que fue, y hoy la experiencia, las lecciones de lucha y las perspectivas para el conjunto de la situación mexicana, por los lazos que se hubieran establecido con los trabajadores, serían infinitamente mejores.” (10)
8. La lucha del CGH y el movimiento #YoSoy132
Como planteamos en otro artículo, el movimiento del ‘99-2000 dejó importantes lecciones para los movimientos posteriores, y en particular para el #YoSoy132. Sin duda, este último guarda diferencias que no pueden ser ignoradas. Por ejemplo, la demanda motora del #YoSoy132 no es la gratuidad de la educación (la cual por cierto debería ocupar un rol central para dar respuesta a los miles de excluidos de la misma y para sumarlos al movimiento), sino que cuestiona aspectos de la antidemocracia imperante en el conjunto de la escena política nacional, como es el carácter servil de los medios de comunicación y la “cargada” para el regreso del PRI a Los Pinos.
En las páginas anteriores, escribimos ampliamente sobre los principios fundamentales del CGH; los mismos no pueden ser considerados como meras “particularidades” del momento, sino que constituyen definiciones políticas de gran importancia que podrían ser discutidos y aprehendidos por el movimiento actual.
En primer lugar, la democracia directa como principio fundamental: las asambleas de base con delegados revocables, rotativos y con mandato, y con una organización centralizada, superior, que responde al mandato directo de la base. Ya mencionamos que, a nuestro entender, eso permitió expresar de forma más o menos directa la orientación del movimiento, y cada organización o individuo podía plantear allí sus propuestas sin violentar el mecanismo democrático de funcionamiento. El #YoSoy132, por su parte, asumió como principio de funcionamiento las asambleas de base, sin embargo las asambleas generales no han votado sobre la base de los mandatos de asambleas locales. Recientemente, distintas asambleas locales han votado dar “margen” para que los voceros voten de acuerdo a su criterio, en tanto que en algunos casos, los voceros se han mantenido durante semanas. Disentimos con esta manera de ver las cosas, que en nombre de “agilizar” y “hacer operativo”, puede permitir que las decisiones que se tomen no respondan al mandato de la base y termina haciendo que las decisiones recaigan en el “criterio” de los delegados; aunque es verdad que toda decisión central puede ser remitida a las asambleas locales, esto no es lo más conveniente ya que estas pueden terminar fungiendo en organismos de ratificación o rectificación, con un carácter más bien consultivo. Esto en un contexto donde las asambleas locales han decrecido en el número de participantes, en gran medida por el fin de clases. Aunque muchos compañeros y compañeras pueden confiar en que las asambleas van a vigilar a sus voceros, desde nuestro punto de vista puede ser utilizado para el encumbramiento de un sector, lo cual está asociado con el posicionamiento del PRD y sus grupos afines frente al movimiento. No es casual que estos grupos (como Militante, el GDR o el MORENA) iniciaron una cruzada contra cualquier reivindicación de la huelga y atacaron a las “corrientes” (¡como si ellos no fueran “corrientes”!), violentando un derecho elemental de cualquier movimiento de lucha que pretenda funcionar democráticamente: que las organizaciones políticas e individuos puedan plantear libremente sus posiciones y pelear por ellas. Por otra parte, los mismos que en el ´99 intentaron sin éxito quebrar los mecanismos de decisión democrática e imponer las posturas del comité del PRD, ahora influyen sobre el posicionamiento público del movimiento a partir de su “operación” en determinadas instancias del mismo, como son las comisiones y las declaraciones públicas del #YoSoy132.
La segunda cuestión que queremos plantear es la independencia política alcanzada por el CGH. El CGH era independiente no sólo del PAN y del PRI, sino del PRD, criticando abiertamente a este partido y, en particular, su labor para lograr el levantamiento de la huelga. Esto, en momentos donde la “transición pactada” entre aquellos era un mecanismo central para desviar el descontento con el viejo priato hacia la alternancia electoral de julio del 2000. El CGH se constituyó así, en los hechos, como la principal institución política con influencia de masas, que enfrentó la transición pactada. En el #YoSoy132 hay una discusión en torno a la ubicación frente a los partidos; los mismos grupos que operan para frenar la democratización del movimiento son los que impulsaron una agenda política que, con eje en el “voto útil”, pretendió darle al movimiento el carácter de una fuerza formalmente “no partidaria” pero políticamente solidaria con el PRD, y por ende funcional a éste. Desde Contracorriente respetamos el sentir de muchos estudiantes que forman parte del movimiento y consideran votar por AMLO como una alternativa frente al PRI y al PAN, aunque nosotros, como muchos saben, diferimos de esta postura y llamamos al voto nulo. Pero creemos que -más allá del posicionamiento de cada integrante del movimiento (o las organizaciones que participan en el mismo) tiene derecho a asumir-, es fundamental mantener la independencia política del movimiento respecto a los partidos del régimen y centrarse en la movilización y la unidad con los trabajadores y los sectores populares; eso será muy importante para ampliar el #YoSoy132, y también darle una perspectiva a la resolución de las demandas, como la lucha contra el fraude y por la democratización de los medios masivos de comunicación.
Vimos con simpatía que muchos activistas del movimiento que son votantes del Movimiento Progresista, coincidían con la necesaria independencia del #YoSoy132; sin embargo la operación política de muchos grupos intentó llevar al movimiento a convertirse en una fuerza afín a AMLO. Desde nuestro punto de vista los procesos de movilización que en los últimos años fueron conducidos hacia la confianza en la labor de la “oposición” burguesa como el PRD o el PRI, terminaron lamentablemente frustrados en sus reivindicaciones. El #YoSoy132 tiene como uno de sus desafíos –si lo que se pretende es conformar un movimiento que luche contra la antidemocracia y la represión–asumir la necesidad de vincularse con los trabajadores y los sectores populares, y dejar de lado cualquier confianza en los partidos patronales, defensores de un sistema político que, por más que se “democratice”, defiende los intereses de los capitalistas y las transnacionales contra el pueblo trabajador.
Retomar estas cuestiones que asumieron como propias muchos estudiantes integrantes del CGH del 99-2000, puede ser de crucial importancia para el desarrollo del #YoSoy132. Gracias a los mismos el CGH pudo, a pesar del aislamiento y de la represión institucional, defender exitosamente el principio de gratuidad en la UNAM. Y constituirse, a pesar de todos los errores que puedan haberse cometido, en parte de la historia reciente del movimiento estudiantil, para ser retomadas sus mejores lecciones, por las nuevas generaciones de jóvenes.
9. Perspectiva histórica y juventud revolucionaria
Los argumentos que se levantan tanto contra la reivindicación del CGH como en oposición a las propuestas políticas que formulamos en el actual movimiento los socialistas y distintos grupos de izquierda de la UNAM, enfatizan en que este movimiento #YoSoy132 está focalizado en la lucha contra la imposición de Peña Nieto y por la democratización de los medios, y que “los de siempre” (es decir los “ultras”) pretendemos trasnochadamente darle un carácter que no puede ni debe tener. Los mismos que nos atacaban ayer por tener un discurso “anticuado” que –según su visión– no empalmaba con la realidad, hoy nos critican por pretender darle un curso radical al movimiento y que adopte una perspectiva de subversión del orden existente. Pretenden que nos conformemos con una postura reformista y que aceptemos las “directrices” que los dirigentes autonombrados del mismo pretenden darle; esto, mientras claman que queremos “romper asambleas” por el hecho de defender nuestra postura con argumentos políticos, cayendo ellos en una actitud totalitaria que pretende negar el elemental derecho a disentir. Que nadie se engañe con la falacia de que los socialistas y los grupos de izquierda intentamos “imponer” algo; estamos ante un debate abierto, frontal y muchas veces nada diplomático en las asambleas, como lo que se dio en la asamblea de Académicos, donde renombradas investigadoras vinculadas al perredismo que hablan en sus libros del “socialismo del siglo XIX”, se negaban a incorporar por ejemplo una demanda elemental como es la solidaridad con los maestros en lucha.
Y nos preguntamos: ¿por qué los mismos que aplauden si AMLO saluda a los maestros como parte de sus posturas electorales, se niegan a que el movimiento asuma esas definiciones que apuntan a la unidad obrero estudiantil? Porque su principal interés es evitar que surja un movimiento estudiantil y juvenil no institucionalizado que asuma como propias las demandas de los trabajadores y los campesinos, y que pueda ir más allá de las justas demandas iniciales con las que surgió. Ese es el fantasma del ‘99 que quieren conjurar apelando a todos los recursos e incluso satanizando a la izquierda que participó en ese capítulo de nuestra historia. Por eso también pretenden que los acuerdos adoptados el 30/5 –que incluían demandas tan “estratosféricas” como la solidaridad con el magisterio, la desmilitarización del país, el apoyo a Atenco y, ¡horror!, la libertad de los presos políticos– queden sólo como una expresión de deseo y no como demandas de la movilización.
Estamos opuestos a esta perspectiva que quieren darle los moderados de ayer y de hoy, aquellos que en sus pesadillas ven un movimiento que avance a cuestionar el régimen político antidemocrático. Lejos de ser “anticuados”, creemos que la mayor creatividad y renovación histórica que puede asumir el movimiento es adoptar una perspectiva revolucionaria. Lo verdaderamente anticuado es pensar que puede obtenerse algo que valga la pena, sin luchar radicalmente y sin cuestionar a fondo el orden constituido. No se trata de democratizar este régimen de “democracia para ricos”, donde incluso los gobiernos perredistas han mostrado que su voluntad es administrar los negocios capitalistas, eso sí, con “honestidad” y menos corruptela que los bandidos priistas y panistas. Lo que hoy debemos poner a discusión es si lo que va a surgir es una juventud “orgánica” del proyecto lopezobradorista, esto es, una juventud que luche por migajas y acepte la explotación y opresión capitalista, o si se pone en pie una juventud que asuma una perspectiva revolucionaria. La emergencia de una juventud que en Egipto, en Canadá, en Chile y en Europa, sale a enfrentar una histórica crisis capitalista y que en muchos casos actúa junto al pueblo trabajador muestra la necesidad de que miles de jóvenes mexicanos que despertaron a partir de las movilizaciones antipeña, se hagan parte de ello y vayan más allá.
Como en el momento de la lucha de 1999-2000, hoy –ante la emergencia de una nueva juventud–, hay que impulsar una estrategia, un programa y una organización que pelee para que los trabajadores se liberen tanto de la opresión charril como de la subordinación a direcciones burguesas “progresistas”, como paso necesario para una gran alianza obrera, campesina y popular que irrumpa en la historia contemporánea y haga cimbrar el capitalismo mexicano desde sus bases. Eso implica, sin duda, retomar el camino abierto por la revolución mexicana, truncado por el encumbramiento de la “familia revolucionaria” que luego daría lugar al actual PRI de Peña Nieto. Retomar la obra de Emiliano Zapata supone una lucha sin cuartel contra los capitalistas y transnacionales que dominan México y son responsables de la miseria, la desigualdad y la explotación que asola a millones en nuestro país, para lo cual es fundamental que se ponga en movimiento ese gran gigante social que el proletariado mexicano en alianza con los pobres de la ciudad y el campo. El camino de la confianza en salidas políticas inscritas en los marcos del sistema capitalista –como el lopezobradorismo, por no hablar del jurásico neoliberalismo priista– y de presionar por reformas democráticas sin cuestionar el estado capitalista y su régimen político, sólo puede llevar a nuevas frustraciones a esa juventud que está pugnando por surgir. Tras los discursos –algunos mas edulcorados, otros más “socialistas”– que proponen apoyar el “cambio verdadero” con la fútil esperanza de darle un contenido anticapitalista, se preparan derrotas profundas al no apostar a la emergencia de una estrategia revolucionaria en el movimiento obrero y la juventud. Y es que para cortar el ciclo de triunfos de los de arriba no sólo es necesaria la voluntad de movilización y lucha; es fundamental bregar por una estrategia alternativa, que se prepare para, al calor de las nuevas luchas obreras, juveniles y populares, construir una organización marxista y revolucionaria capaz de tomar el cielo por asalto.
México DF, 26 de junio de 2012
Notas:
(1) León Trotsky, Carta a la redacción de Contra la Corriente, 13 de junio de 1930.
(2) Solo por mencionar algunas organizaciones participantes del movimiento estudiantil: En Lucha, Comité Estudiantil Metropolitano (CEM), Frente de Lucha Estudiantil Julio Antonio Mella (FLEJAM), CLETA, Conciencia y Libertad, Rebeldía, la Unión de Juventudes Revolucionarias de México, MERI, además de un sinnúmero de colectivos estudiantiles que surgieron previo y durante la huelga.
(3) Manifiesto de Contracorriente y Enclave Roja ante el Encuentro Internacional de Estudiantes convocado por el CGH, abril 2000.
(4) Para una crítica más extensa que establece incluso que en muchos puntos era peor que el RGP del 15 de febrero, ver Adrián Sotelo Valencia, Neoliberalismo y educación. La huelga en la UNAM a finales de siglo, en http://www.rebelion.org/docs/9882.pdf.
(5) “Ultras y moderados”, Emilio Albamonte, Federico Lizarrague y Andrea Robles, publicado en Estrategia Internacional 16, verano del 2000.
(6) Como ocurrió no sólo en los años ‘60 y ‘70 –donde la irrupción estudiantil acicateó la movilización obrera y popular –por ejemplo en Argentina de 1969 o en Francia de 1968– sino, contemporáneamente a la huelga de la UNAM, en el caso de Indonesia, donde en 1998 la juventud inició un proceso de movilización de masas que llevó a la caída del dictador Suharto.
(7) En esos momentos, Contracorriente propuso un “comando de huelga unificado STUNAM-CGH” para soldar la unidad trabajadora estudiantil.
(8) “Ultras y moderados”, Albamonte Emilio, Lizarrague Federico, Robles Andrea, publicado en Estrategia Internacional 16, verano del 2000.
(9) Ibidem.
(10) “Ultras y moderados”, Albamonte Emilio, Lizarrague Federico, Robles Andrea, publicado en Estrategia Internacional 16, verano del 2000.
 

lunes, 25 de junio de 2012

Pronunciamiento de ContraCorriente

Por el derecho democrático a disentir


Ante la campaña de calumnias, difamaciones y señalamientos contra los colectivos estudiantiles de la UNAM, las organizaciones independientes de izquierda y la Agrupación Estudiantil ContraCorriente en el movimiento #YoSoy132.


En las últimas semanas se ha desplegado una campaña virulenta contra la participación de los colectivos estudiantiles de la UNAM, las organizaciones independientes de izquierda y la Agrupación Estudiantil ContraCorriente en el movimiento #YoSoy132, a todas las cuales se las “identifica” como “ultras” y “nostálgicas de la huelga de la UNAM”.
Por medio de las redes sociales y señalamientos en numerosas asambleas de la UNAM, la UAM, la ENAH, Universidades de los estados y hasta en las universidades privadas, se ha reproducido una verdadera campaña de linchamiento que, en algunos casos, evoca al macartismo en EEUU.
No sólo se levantan acusaciones como la de que, estas agrupaciones y activistas somos “divisionistas”, de que somos “revienta asambleas”, o la de que los “ultras” de la huelga de la UNAM quieren “apoderarse” del movimiento #YoSoy132. Y en algunas asambleas incluso se ha llegado a señalar que no deberíamos ser parte del movimiento porque “promovemos el disenso”. Además de claras calumnias y difamaciones que sostienen que la izquierda independiente es “priista” o que le hace el “juego a la derecha”.
Es necesario considerar que todo movimiento estudiantil que surge con nuevos bríos, debe recuperar lo conquistado por la historia y la tradición democrática de las luchas juveniles y estudiantiles del pasado, para no partir de cero en cada nueva lucha y recuperar las mejores lecciones que nos heredaron a las nuevas generaciones.
Una metodología sana y honesta que priorice el debate público y directo en las discusiones políticas, así como la libertad de expresión y de tendencias es parte de estas lecciones.
Por ello, cualquier intento en el movimiento, de lograr separaciones y/o expulsiones de integrantes del movimiento, descalificándolos con argumentos como el hecho de que ser minoría en las posiciones políticas o disentir alimenta el “divisionismo” y “una actitud rupturista”, deben ser rechazadas rotundamente, ya que no abonan al fortalecimiento del “#YoSoy132”, ni al desarrollo sano de la discusión política y democrática para todo movimiento que se reivindique democrático incluyente y plural.
Si existe realmente una voluntad unitaria y de superar las falsas polarizaciones y los métodos incorrectos –como se expresó en la última reunión de la Asamblea General Interuniversitaria del viernes 22- las resoluciones que se hayan tomado en ese sentido deben reconsiderarse bajo el principio del derecho democrático al disenso.
A esta lucha que para amplios sectores de la juventud mexicana es una legítima expresión del descontento, como ContraCorriente la hemos abrazado haciéndonos parte de sus asambleas, planes acción, brigadas y movilizaciones. Todos nuestros integrantes plantean sus posiciones políticas públicamente y son conocidos personalmente en sus asambleas.
Todas las intrigas y la actitud persecutoria que se ha venido expresando contra nosotros –como parte de una campaña contra organizaciones y activistas de muchos años de trabajo en el movimiento estudiantil y colectivos de izquierda—, consideramos debe detenerse ya que no abona a la unidad del #YoSoy132 y a un ambiente democrático elemental en todo movimiento de lucha.
Llamamos a la comunidad universitaria, académicos, intelectuales, artistas y personalidades de la cultura; a las organizaciones obreras, sindicales, de derechos humanos; a las organizaciones políticas y de izquierda a pronunciarse públicamente en este sentido.

Agrupación estudiantil  ContraCorriente
Lunes 25 de junio de 2012

viernes, 22 de junio de 2012

El 68 mexicano: limitaciones y alcances de una gesta heroica

 Jimena Mendoza

“Cuando la burguesía renuncia consciente y obstinadamente a resolver los problemas que se derivan de la crisis de la sociedad burguesa, cuando el proletariado no está aún presto para asumir esta tarea, son los estudiantes los que ocupan el proscenio”.
León Trotsky


Introducción
Amplio es el espectro de voces que se han pronunciado a propósito del 40 aniversario del movimiento estudiantil de 1968 y de la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Invita a la indignación que connotados represores como el gobernador priísta Peña Nieto hablen de los estudiantes asesinados como “héroes de la patria”, mientras los autores intelectuales y materiales de la represión y asesinato de cientos de jóvenes permanecen impunes, pasando su vejez en sus muy bien montadas mansiones y recibiendo las pensiones vitalicias del Estado. Estamos ante una verdadera “expropiación política” de las banderas del ´68, donde, a través de las instituciones, se intenta limar sus aspectos más avanzados y radicalizados en ceremonias pomposas convocadas por los distintos niveles de gobierno. José Narro, cómplice de la represión contra el movimiento estudiantil de 1999, en su alocución a propósito de este cuarenta aniversario planteaba: “Los jóvenes de entonces, no sólo en México, sino en varias partes del mundo, se atrevieron a decir basta al autoritarismo y a las estructuras verticales del poder, a decir no a la exclusión y a la injusticia social. La primavera de Praga, el mayo de París y el movimiento estudiantil de México fueron, entre otras, expresiones del descontento con un mundo que ya no funcionaba. Nada volvió a ser igual después del 68. Se aceleró un proceso histórico en el que, al paso del tiempo, se derrumbaron bloques y dictaduras, cayeron muros y terminaron bipolaridades” (1).
Junto a la “expropiación política” del ´68, existen distintos análisis de las características del movimiento provenientes de algunos de sus protagonistas. En primer lugar hay un lugar común compartido por una pléyade de intelectuales que, aún habiendo protagonizado esta gran revuelta juvenil, se han desprendido de su “penoso” pasado rojo para dar paso a una suerte de discurso “contracultural”, donde lo que prima es la crítica a la opresión en general, ocultando el carácter tendencialmente anticapitalista de la lucha del Consejo Nacional de Huelga. Hugo Hiriart, en una pequeña entrevista titulada La revuelta anti autoritaria plantea que “En una función de teatro (…), una actriz cruzó desnuda el escenario y se hizo tal escándalo que llegaron los granaderos a imponer orden en el lugar. Quien oye esto no puede menos que estimar que en esa escena están cifrados los hechos detonantes del 68” (Hiriart y Garín, 2008:18). No se puede negar su carácter radicalmente crítico hacia la “cultura” mexicana reproducida por un régimen profundamente conservador. Un Estado opresor de la diversidad sexual, de la libertad de expresión en la prensa, de la expresión artística, apuntalado en su senilidad en la moralina de la familia, el matrimonio, la propiedad y la iglesia. Efectivamente, la juventud del 68, tendrá que ir contracorriente, enfrentando la autoridad del pater famili, aspirando a desarrollar en forma plena su sexualidad, reproduciendo y creando nuevas formas de expresión musical, artística y recreativa, y desafiando en la reafirmación de su libertad individual –que se vuelve interés colectivo– el estatus quo. Como plantea Jean Baptiste Thomas en su artículo “Ce n´est qu´un debut, continuons le combat”, estos jóvenes, tanto en Europa como en América Latina “(…) comparten en cierto sentido una forma de vida. Tienen muchos rasgos en común, empezando por cierto corte de pelo (…), vaqueros, camisas floridas, camperas de cuero, afinidades musicales, intereses culturales y geográficos por remotas e insospechables aldeas vietnamitas, laosianas y camboyanas de la península indochina cuyos nombres aprenden de memoria, cierta reactancia explosiva y eléctrica (como la guitarra de Jimmy Hendrix) ante el orden establecido, el de la fábrica, de la universidad, de la familia, en fin, de la sociedad en su conjunto, expresando un proceso general de radicalización de la juventud tanto estudiantil como obrera que va a confluir con un descontento obrero más extendido”(2) (Thomas,2008:28). Es decir que, contra toda concepción que sólo rescate su “estética”, el movimiento estudiantil del ´68 en su carácter internacional y nacional, comienza con el cuestionamiento radical a la “cultura dominante” para alcanzar una conciencia tendencialmente anticapitalista. En México, esta insurgencia se expresa concretamente contra el régimen del PRI que, en su crisis, lanzaba despiadadas dentelladas contra toda disidencia de los trabajadores y los estudiantes.
Por su parte, otra variante, que identificaremos como anti autoritarista, se caracteriza por ver al movimiento del ´68 como el primer capítulo que abriría el paso posteriormente a la “transición democrática”. Un ejemplo de esto son las afirmaciones de Carlos Pereyra en la entrevista La costumbre de reprimir que plantea que “El 68 aparece, pues, como culminación desmedida de una lógica de gobierno que alcanza entonces extremos que obligan a su revisión. Nadie podría garantizar que esa lógica fue eliminada para siempre, pero la transición democrática cuyo despliegue es visible en los últimos veinte años ha creado mecanismos de tolerancia y respeto a la diversidad antes desconocidos. Al parecer, la historia avanza, en efecto por el lado malo y la barbarie de 1968 creó condiciones de posibilidad para el tránsito democrático” (Hiriart y Garín, 2008:24). La lectura no es ingenua porque en última instancia, algunos de los instrumentadores de la “transición pactada” fueron participantes de la lucha estudiantil. Sin embargo, mientras el ´68 planteaba la dinámica de una lucha anticapitalista, la transición democrática fue un verdadero desvío del descontento de masas contra el priato. El carácter tramposo de la transición se prueba en que ésta nunca llegó, ni para los estudiantes, ni para los obreros, ni campesinos e indígenas y, a cuarenta años, las “condiciones de posibilidad” que enmarcaron la revuelta estudiantil siguen vigentes: la antidemocracia, la miseria y la explotación.
Tanto la lectura “contracultural”, como aquella que reduce el movimiento a una lucha por “más democracia”, no pueden explicar el proceso profundo que implicó el despertar de una generación que tenía como sus principales referentes la revolución cubana y la lucha antiimperialista contra la guerra de Vietnam (3). De ahí que, al mismo tiempo que el pliego petitorio del movimiento esgrimía consignas eminentemente democráticas, todas las crónicas y testimonios dan cuenta de una discusión profunda en su seno, de carácter estratégico, que mostraba la posibilidad de que la lucha diera un salto en su cuestionamiento al capitalismo. La “lógica de gobierno” de la que habla Carlos Pereyra, no es más que la cara que adquiere el régimen de la clase en el poder cuando su dominación está cuestionada por la lucha de clases.
Paralelo a estos “dos grandes relatos” de la rebelión juvenil del ´68, se afianzó un discurso que, si bien sienta sus bases en un proceso real, llega a conclusiones incorrectas. Según el mismo Hiriart en el texto citado anteriormente “Un análisis cabal de las condiciones sociales del 68 tendría que incluir una historia de la sobreideologización de los 70, cuando todas las relaciones humanas se vieron teñidas por la luz de la política, y cómo su radicalización crítica alcanzó precisamente (¿Quién lo iba a decir?) la doctrina marxista ortodoxa demoliéndola por todas partes y traduciéndose en un desencanto y en una opacidad del pensamiento social (¿Dónde quedaron las utopías que regulaban de algún modo los razonamientos y las acciones políticas?) de los que todavía no salimos”(Hiriart y Garín, 2008: 19). El autor realiza una trampa teórica: identificar el stalinismo con el marxismo. Los comunistas van a ser ácidamente cuestionados por la vanguardia del CNH; en las guardias, las barricadas, las brigadas, las asambleas y hasta en la cárcel, los estudiantes van a intentar discutir una estrategia alternativa a la de las ya degeneradas organizaciones estalinizadas. Están fuertemente inspirados por la juventud de Praga que, sin renegar del socialismo, se levanta en franca revuelta contra la dominación burocrática del stalinismo.
De ahí que, el cuestionamiento del orden establecido, no fecunda en un desencanto generalizado con el marxismo, sino con la dirección que lo ha expropiado para degenerarlo. Sólo así se explica la emergencia posterior al ´68 de nuevas organizaciones que se identifican con el marxismo y las ideas revolucionarias. Esto no quiere decir que el movimiento haya gestado una generación plenamente consciente y armada con una estrategia cabalmente revolucionaria, que sentara las bases de un partido de la clase obrera. Pero si podemos encontrar en la multiplicidad de testimonios, una idea fuerza que buscaba abrirse camino. Como dice Félix Hernández: “Una de las dificultades que hay que reconocer en el movimiento del 68 es que desde el Consejo Nacional de Huelga y desde la asamblea de cada una de las escuelas hicimos esfuerzos por incorporar a otros sectores de la población, concretamente a los asalariados, a los sindicatos” (Hiriart y Garín, 2008:219).
En el presente trabajo, intentaremos desmenuzar la dinámica del movimiento estudiantil de 1968, haciendo una lectura crítica que nos permita extraer las lecciones de sus aciertos y sus errores, en una perspectiva que busque recuperar el objetivo de la revolución y recrear el espíritu militante del movimiento. Utilizaremos para el entramado del presente texto, varios de los testimonios de los protagonistas que, más allá de sus filiaciones políticas actuales, dejaron un importante trabajo documental y analítico de esta gran gesta de los estudiantes mexicanos.
El 68 en contexto
Los últimos años de la década del sesenta plantearon un punto de inflexión a nivel internacional. La estabilidad capitalista de los años previos, conocidos como “los treinta gloriosos” tendía a quebrarse por la acción de la lucha de clases, anticipando la fuerte crisis económica que azotaría al sistema en la primera mitad de los 70´s. La insurrección de mayo protagonizada por los obreros y estudiantes franceses, ponía de relieve esta inestabilidad, en una de las “democracias modelo” de la dominación burguesa. El año de 1968, será recordado como un año revolucionario, producto de la acción insurrecta de sectores de los explotados y oprimidos y en particular de la juventud. En México, el llamado modelo de “sustitución de importaciones” había logrado cierta estabilidad y crecimiento económico. Durante estos años, el Producto Interno Bruto creció en una tasa de 3.01% per cápita anualmente y la manufactura registró un crecimiento del 6.4% anual. Es a partir de 1967 que la economía internacional comienza una etapa de desaceleración en las metrópolis y se desarrollan recesiones de carácter internacional que impactarán en el conjunto de la economía. Eran los primeros síntomas de una crisis capitalista, después de la fortaleza económica que el sistema mundial había conseguido producto de las condiciones estructurales que posibilitaron el boom, a la salida de la guerra mundial.
Sin embargo, como dijimos antes, sería la lucha de clases la que comenzaría a corroer la estabilidad pactada entre las burguesías imperialistas y la burocracia soviética. La lucha de liberación nacional en Argelia fue abrazada con entusiasmo por la juventud francesa y de todo el mundo, mientras el Partido Comunista Francés, en su profunda adaptación a la “Quinta República” traicionaba las aspiraciones independentistas de las masas argelinas. La revuelta antiburocrática en Praga desnudaba el carácter contrarrevolucionario y represor del stalinismo, que aplastaba con metralla los cuestionamientos por izquierda que emergían en su “zona de influencia”. La juventud radicalizada del mundo miraba como sus nuevos referentes a la revolución cubana y al Che Guevara. El elemento más progresivo de esta empatía lo tenía el hecho de que, en Cuba, la revolución socialista se había impuesto a las aspiraciones “democrático burguesas” de su dirección y que el Che había sentenciado el carácter socialista de las revoluciones latinoamericanas. Bajo este ímpetu, se hacía evidente para sectores de vanguardia, que el stalinismo se había convertido en el mejor instrumento de la reacción y era necesario romper con los PC´s y hacerse de una política efectivamente revolucionaria.
Aún más, estos sectores van a despertar a la vida política y la militancia de lucha, conscientes de que aún al imperialismo norteamericano se le puede derrotar. El “optimismo americano” comenzaba a desmoronarse en Vietnam, cuando, a principios de enero de 1968, el Vietcong lanzaba una fuerte ofensiva sobre Saigón y la embajada norteamericana era atacada por un comando suicida. Ni la superioridad militar ni el poderío económico, pudieron evitar que un pueblo heroico hiciera retroceder al gigante, apoyado en la solidaridad internacional de la juventud y sectores de trabajadores de todo el mundo.
Los antecedentes: agitación obrera y lucha estudiantil
En México, desde la década del ´50, el movimiento obrero comienza a hacer una importante gimnasia de lucha contra el priato. El régimen, sostenido sobre el férreo control de las organizaciones obreras a través del charrismo sindical, comenzaba a dar signos de desgaste frente a la deslegitimación y el descontento. El 4 de febrero de 1957, los telegrafistas comienzan a reducir su carga de trabajo, en respuesta a la demanda de aumento salarial presentada frente a la SCOP (4). Como respuesta, el gobierno despide a 27 dirigentes telegrafistas, lo que desencadena el paro de siete mil empleados distribuidos en 723 oficinas que exigen la reinstalación de sus compañeros. Para el 10 de ese mes, los paristas, organizados en asamblea, presentan un pliego de peticiones que incorpora la reinstalación de los despedidos, cese de los funcionarios, no a la represión a los paristas y desconocimiento de la dirección sindical. Este último punto, va a ser el elemento común de los procesos huelguísticos que emergerán en México bajo el dominio del PRI y que comienzan a superar a sus direcciones burocráticas. Se trata de huelgas muy duras, por fuera y en contra de las direcciones sindicales, donde la propia dinámica de la lucha, arrastra a los trabajadores a mayores cuestionamientos del gobierno y el Estado.
Para el 11 de febrero, la huelga de los telegrafistas recibe la adhesión de los 320 operarios de Radio México. El gobierno decide dividir a los trabajadores y ofrecer aumentos salariales por categorías. Pero los trabajadores se niegan a aceptar el acuerdo al grito de ¡unidad! El día 14 de febrero, los trabajadores de Radio Chapultepec se suman al paro. Para ese momento son ya 850 mil el número de mensajes y giros no despachados y retenidos por la huelga. Sin embargo, bajo la represión, las amenazas y el aislamiento promovido por las direcciones sindicales, los trabajadores deben volver a sus labores. El 22 del mismo mes, se reanuda el servicio y el primer mensaje que se emite desde todas las plantas radiofónicas y las oficinas telegráficas va “en atención al presidente” Ruíz Cortines, para que se resuelvan las justas demandas de los telegrafistas. Finalmente, los trabajadores rompen con su sindicato charro y comienzan a organizar un sindicato independiente, logrando la satisfacción parcial de algunas de sus reivindicaciones.
De igual forma, luchas por salario que adquirían la fuerza de una lucha contra la burocracia sindical, las dio el Movimiento Revolucionario Magisterial. La lucha de los maestros, va a ser acogida por los estudiantes de las escuelas normales y los trabajadores del Instituto Nacional de Capacitación.
Pero el proceso huelguístico de mayor envergadura en este periodo, será el de los ferrocarrileros, que fuera parte de las banderas de lucha de los estudiantes insurrectos de 1968.
El 2 de mayo de 1958, aún bajo la presidencia de Adolfo Ruíz Cortines, varias organizaciones sindicales conforman la Gran Comisión Pro Aumento de Salarios, incluyendo a la dirección del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana (STFRM). A pesar de que el acuerdo de las asambleas sindicales fue exigir aumento salarial de 350 pesos mensuales, los dirigentes comenzaron a “bajar” la petición y finalmente negociaron con el gobierno una prórroga para ejecutar el aumento de salario. Espontáneamente y desconociendo a su dirección, los ferrocarrileros se lanzan a la calle el 24 de mayo y sus secciones más combativas como la 13, 25, 26 y 28 difunden el “Plan del Sureste”, llamando a los trabajadores a rechazar los 200 pesos de aumento salarial y la prórroga pactada por sus dirigentes. Además, las secciones combativas, llaman a desconocer a los líderes charros y exigen el reconocimiento oficial de sus dirigentes elegidos democráticamente. Finalmente el 26 de junio se realiza el primer paro ferrocarrilero, 40 secciones del sindicato expulsan a la burocracia y forman el Comité Ejecutivo por Aumento de Salarios, dentro del cual se encuentra Demetrio Vallejo. El paro general ferrocarrilero, que paraliza todas las vías férreas nacionales será el 1 de julio y obtendrá un triunfo parcial consiguiendo aumento de salario, la expulsión de la burocracia sindical y el reconocimiento de la nueva dirección, encabezada por el mismo Vallejo.
Sectores cada vez más amplios de las masas obreras estaban muy inquietos. La lucha ferrocarrilera había demostrado dos cosas: que se podía torcer el brazo al gobierno y ganar mejoras laborales, y que se podía expulsar a los charros. El de 1958, es el año en que los petroleros de las secciones 34 y 35 expulsaron a sus dirigentes charros y en que el magisterio combativo del MRM enfrenta sin tregua a la dirección del SNTE para disputar la dirigencia de la sección 9 del Distrito Federal.
Para la toma de posesión de Adolfo López Mateos, ya el país estaba imbuido de una agitación obrera. Los telefonistas realizaron paros escalonados, los ferrocarrileros emplazaron a huelga por reivindicaciones laborales. Las empresas se negaron a responder sus exigencias y 74 mil trabajadores del riel volvieron a la huelga nacional. El gobierno declaró inexistente la huelga y las empresas comenzaron los despidos masivos. El 28 de marzo, mientras se celebraban masivas asambleas en locales sindicales y estaciones, el gobierno lanzó una operación militar cercando alrededor de 15 mil trabajadores y realizando aprehensiones en masa que llenaron los cuarteles de presos políticos. El secretario de organización del sindicato, Gilberto Rojo Gómez, llamó a los ferrocarrileros al trabajo y anunció que el gobierno se había comprometido a dejar en libertad a los presos. Una vez desarticulada la huelga, el mismo Rojo Gómez es encarcelado.
Durante el mandato de López Mateos, se fueron a huelga los pilotos de las principales compañías aéreas organizados en la Asociación Sindical de Pilotos Aviadores (ASPA), los trabajadores del Sindicato Nacional de Trabajadores Azucareros, los obreros textiles y los telegrafistas, sumando aproximadamente 2358 huelgas, la mayoría de ellas contra las direcciones sindicales priistas. De igual modo, a pesar de las derrotas, durante el periodo de gobierno de Díaz Ordaz, fueron los profesionistas médicos y maestros universitarios, los que protagonizarán movimientos huelguistas de gran envergadura.
El movimiento estudiantil no fue inmune a esta agitación y durante la década previa a la irrupción de 1968, protagonizó importantes procesos, además de la creciente solidaridad de la juventud con las luchas obreras, que se evidenció con mayor fuerza en el apoyo a la lucha magisterial. El más emblemático de estos procesos es conocido como “el movimiento de los camiones” frente al aumento de tarifas, que si bien no implicó la paralización de actividades en las universidades, si estableció los primeros lazos de unidad entre los estudiantes del IPN y de la UNAM, y la solidaridad de sectores populares con los estudiantes. Según Gilberto Guevara Niebla, el movimiento de los camiones tuvo las siguientes características: “(…) la unión entre obreros y estudiantes fue bloqueada por la política oficial (los estudiantes recibieron de la policía trato diferente al que recibieron los obreros, como lo demuestra la represión contra petroleros del día 29 y por la política de los dirigentes estudiantiles; (…) el movimiento incorporó a estudiantes de las dos redes de instituciones públicas de educación superior: alumnos de la UNAM y del IPN y (…) se perfilaron en este conflicto vanguardias de estudiantes politizados que pugnaron por articular la lucha estudiantil con las luchas obreras. No obstante sus limitaciones, este movimiento fue el heraldo histórico de la insurgencia estudiantil de los años sesenta” (Guevara Niebla, 1988:25). Para 1956, los estudiantes del Instituto Politécnico Nacional se lanzan a la huelga la cual es coartada por la intervención del ejército, la toma militar de las instalaciones y la aprehensión de sus principales dirigentes.
El movimiento de 1968 no cayó del cielo, si no que es el resultado de un largo proceso de agitación obrera y estudiantil contra un régimen antidemocrático, que sustentó el tan mentado “desarrollo estabilizador” en la explotación de millones de trabajadores y en coartar las libertades democráticas de la juventud. Las experiencias de lucha de la clase obrera y la juventud permitieron una acumulación de experiencia que estalló a finales de los ´60 y se expresó en las luchas de los ´70.
La represión enciende la chispa
Como es sabido, el detonante inmediato del movimiento de 1968 es la represión. El régimen asentó su dominación sobre la base del garrote, reprimiendo de forma despiadada tanto a los trabajadores disidentes como a los estudiantes. Éstos últimos sufrían en lo cotidiano una suerte de “criminalización de la juventud”, siendo agredidos en conciertos, festivales y partidos deportivos por la policía. Del 22 al 30 de julio de 1968, la represión da un salto y también la respuesta de los estudiantes. Después del “incidente” en la Ciudadela, donde un grupo de jóvenes de una preparatoria privada se enfrenta a estudiantes de las vocacionales y son agredidos por la policía, los siguientes días van a estar signados por la cada vez mayor intervención policial en preparatorias, plazas públicas y encuentros estudiantiles. Con descaro, la policía capitalina arremete contra el IPN, las vocacionales, la preparatoria nacional número 5 y contra las movilizaciones estudiantiles del 26 de julio, a propósito de la conmemoración del asalto al cuartel Moncada y en repudio a la violencia policiaca. La envergadura del ataque, genera que los estudiantes ya no respondan pasivamente si no que se atrincheran, levantan barricadas y resisten en las instalaciones educativas con piedras, bombas molotov y desperdicios. Más importante aún, la escalada de violencia empuja a los estudiantes a organizar asambleas por escuela. Las viejas direcciones cooptadas por el PRI, como la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, son desconocidas. Como plantea Daniel Cazes: “En otra asamblea, la Escuela Superior de Economía del IPN acordó parar y convocar a huelga general desde el lunes 29. El Comité de Lucha exige: 1. Desaparición de la FNET. 2. Expulsión de sus dirigentes y de seudoestudiantes miembros del PRI y agentes del gobierno. 3. Desaparición de los cuerpos represivos. Se informó que 9 escuelas del IPN han integrado sus propios Comités de Lucha” (Cazes, 1993:25).
La policía capitalina no estuvo a la altura de la respuesta estudiantil, y el gobierno decide la intervención del ejército al tomar la preparatoria de San Ildefonso y la vocacional número 5, además de lanzar una ofensiva militar sobre otras instalaciones universitarias. Según el mismo Cazes, la madrugada del 30 de julio “soldados de la 1a. zona militar al mando del general José Hernández Toledo tomaron las Prepas 1, 2, 3 y 5 de la UNAM. Venían del Campo Militar No. 1 en yips, camiones y tanques ligeros, armados con bazucas y cañones de 101 mm. A bayoneta calada marcharon sobre los estudiantes que se refugiaron en sus escuelas (Cazes, 1993:30). En la toma, los estudiantes resistieron heroicamente con lo que tenían a la mano, con ayuda de profesores y en algunos casos de los directores de los planteles, el saldo de la toma militar de San Ildefonso fue de 400 heridos y mil detenidos. Es en este momento cuando el rector Barros Sierra, producto de la presión estudiantil, repudió la violación de la autonomía e izó la bandera nacional a media asta en la explanada de rectoría. Se gestaba así, un extendido apoyo democrático a los estudiantes. Por su parte, el aparato del régimen, incluido el charrismo sindical, se pronuncia a favor del gobierno. Fidel Velásquez, dirigente de la CTM plantea: “La CTM apoya las demandas de la clase estudiantil si se relacionan con sus intereses y se tramitan adecuadamente, pues vivimos en un régimen de derecho y no es admisible que grupos sociales pretendan romperlo aspirando a privilegios que no disfruta toda la población (…) la CTM expresa enérgica condenación al estudiantado dirigido por agitadores profesionales que quieren minar el orden y la autoridad del gobierno, y llama al estudiantado de todo el país para que rechace injerencias extrañas” (Cazes, 1993:37). La propaganda mediática, es acompañada de detenciones clandestinas, tanto de dirigentes del Partido Comunista de México, como de activistas estudiantiles protagonistas de la defensa de las instalaciones universitarias. Pero la mecha está encendida: la represión actúa como acelerador del proceso estudiantil que cimbró al país y que concitó el apoyo de académicos y estudiantes por todos lados de la provincia. El primer ejemplo de la extensión del movimiento, se dio en la masiva marcha del 1º de agosto, encabezada por el entonces rector Barros Sierra, que aglutinó a más de 100 mil personas.
A pesar de la violenta represión, las desapariciones clandestinas y la toma militar de instalaciones universitarias, el movimiento estudiantil avanza en su cohesión y organización. El 4 de agosto se publica masivamente el primer manifiesto de los estudiantes, que incorpora la firma de la UNAM, el IPN, Chapingo y muchas otras universidades públicas del país. El mismo, sintetiza los seis puntos del pliego petitorio: 1) Libertad a los presos políticos 2) Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y Raúl Mendiolea Cerecero, jefes de la policía capitalina y de Armando Frías, comandante de granaderos, 3) Extinción del cuerpo de granaderos, instrumento directo de la represión, 4) Derogación de los artículos 145 y 145bis del Código Penal (que tipifican el delito de disolución social), 5) Indemnización a las familias de los muertos y a los heridos víctimas de la agresión desde el viernes 26 de julio y 6) Deslinde de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo por parte de la policía, granaderos y ejército.
“Todos somos el consejo”
En las asambleas de algunas escuelas no ocupadas por el ejército se resuelve la toma de instalaciones, asumiendo la iniciativa la Facultad de Economía. Se organizan cursos de formación política y económica y surge uno de los puntales fuertes del movimiento: las brigadas. Conformadas por entre tres y cinco estudiantes se desplazan por toda la ciudad a repartir volantes y hacer pequeños mítines informativos: mercados, plazas públicas, fábricas, colonias populares, se llenan de pequeños destacamentos de estudiantes (5). En los mítines, un llamado y una expectativa se hace oír, Genaro Alanís, estudiante de vocacional plantea en una manifestación: “La historia de la represión iniciada en 1942 contra el IPN y recrudecida en 1956, cierra su más negro capítulo el 26 de julio de 1968”. Según Cazes en este mismo discurso, “se llama a “combatir el charrismo sindical y estudiantil y a depurar los sistemas viciados, mediante la unidad entre estudiantes y pueblo, porque ya es tiempo de que marchen juntos hasta la victoria” (Cazes, 1993:42).
En las escuelas, han surgido asambleas, verdaderos órganos de decisión democrática que, mediante delegados electos, organizados en los Comités de Lucha, llevarán las resoluciones de la base al máximo órgano de decisión: el Consejo Nacional de Huelga. El CNH aparece en la prensa por primera vez el 8 de agosto, en un comunicado donde se informa que el mismo, está compuesto por representantes del IPN y la UNAM en huelga y de las universidades de Sinaloa, Baja California, Tabasco, el Tecnológico de Veracruz y las Normales Rurales de todo el país. El CNH se pronuncia además por que la resolución del pliego petitorio se de a través del diálogo público.
El CNH es el elemento más avanzado de la insurgencia estudiantil de 1968. Utilizando un método característico de la clase obrera –que en momentos álgidos de la lucha de clases, se organiza en forma democrática para la toma de decisiones– los estudiantes sientan una nueva tradición que permanecerá como sedimento en la conciencia de la juventud en ascensos posteriores; la dinámica de la lucha, empuja hacia un funcionamiento democrático para que el movimiento golpee como uno solo, mediante delegados revocables que, sancionados por la base, respeten las decisiones de los estudiantes que sostienen las tomas, las brigadas, las cocinas y las barricadas. Luis González de Alba, en su novela testimonial Los días y los años, relata con elocuencia lo que significó esta poderosa herramienta de la lucha estudiantil: “También en esos días quedó integrada la representación de las escuelas en huelga y surgió el nombre que marcaría cada uno de los futuros acontecimientos: el Consejo Nacional de Huelga. Nació con todos los defectos y virtudes inherentes a un organismo demasiado vasto, heterogéneo y horizontal. En pocos días la frase “todos somos el Consejo” cundió por las escuelas y alcanzó las calles, las plazas. Se escuchaba en las intervenciones que los brigadistas hacían en los mercados, a la salida de las fábricas, de los cines, de los cafés, como un martilleo constante. En las épocas de aparente calma, cuando parecía amainar la tormenta (aunque era sólo un respiro), también desaparecía de la circulación la frase; pero bastaba que una nueva creciente agudizara la represión para que, automáticamente, el CNH se viera protegido por la coraza que los estudiantes y la población ofrecían: “todos somos el Consejo” iniciaban otra vez su ascenso, se internaban en la convicción de cada brigadista, se proclamaba en cada mitin relámpago. Los estudiantes mexicanos, por primera vez en muchos años, creían en la honestidad de una dirección porque se sabían parte de ella; porque preguntas y proposiciones formuladas por la asamblea de una escuela recibían respuesta al día siguiente por boca de los propios delgados al CNH, y porque el mismo Consejo había enarbolado una exigencia más, no la séptima, sino un “transitorio” que señalaba el medio por el cual debían solucionarse las seis demandas del pliego petitorio: diálogo público. En esta ocasión, los estudiantes no verían defraudadas sus esperanzas” (González de Alba, 1984:59).
Efectivamente, la autoorganización surgida al calor de la propia lucha, era el elemento de mayor fortaleza y sobre todo, generaba la certeza de que las direcciones oportunistas no podrían fácilmente pactar acuerdos a espaldas de los estudiantes. La toma de instalaciones y la democracia asamblearia, politizan y cohesionan a una vanguardia que discute, no sólo las medidas de la lucha por el pliego de reivindicaciones, si no cómo generar un modelo autogestivo de universidad y cómo tender puentes con los trabajadores y campesinos del país. Esta forma de organización, será parte fundamental de la tradición del movimiento estudiantil mexicano y reaparecerá en 1987 con la emergencia del Consejo Estudiantil Universitario (antes de su transformación en un apéndice del PRD) y en 1999 con la aparición del Consejo General del Huelga. En particular, el CNH, tenía además a su favor que se erigía como representación política no sólo de la UNAM y el IPN sino del movimiento estudiantil a nivel nacional.
Lucha política y lucha estratégica: más allá de los seis puntos del pliego petitorio
Paralelamente a la autoorganización estudiantil, distintas corrientes políticas intervinieron en el CNH, con mayor o menor responsabilidad durante el proceso. Según Luis González de Alba, el CNH estaba dividido en distintas concepciones políticas que agudizaban sus diferencias al calor de la lucha: “En el fondo de este intento de politización se encontraba una concepción radicalmente distinta del movimiento: para la mayoría de los delegados, incluyendo a casi todos los politécnicos, se trataba de obtener exclusivamente la satisfacción de las demandas; para los universitarios, fundamentalmente los de Humanidades, se trataba de demostrar que el gobierno era incapaz de resolver las demandas pues era crecientemente reaccionario y rígido, por lo mismo, la principal tarea del CNH consistía en dar al Movimiento la ideología adecuada para prepararlo en determinados principios revolucionarios. (…) Ya en muchas ocasiones la izquierda se había visto desbancada por oportunistas que adquirían notoriedad durante un conflicto estudiantil. La última experiencia no estaba muy lejana: en 1966, hacía apenas dos años, los principales dirigentes de un movimiento por reforma universitaria, habían acabado por entregar las escuelas y la Rectoría cuando el precio fue suficientemente alto. Uno de ellos, miembro de la dirección nacional de la Juventud Comunista, sección juvenil del PCM y presidente de la CNED, terminó por entrar al PRI” (González de Alba, 1984:59).
En el mismo texto, de Alba reconstruye un diálogo en Lecumberri, protagonizado por dirigentes connotados del 68 donde se plantea: “La verdad es que con el sistema del CNH y las asambleas diarias en cada escuela nadie podía andar chueco, y si lo hacía se quedaba solo, pues nunca iba a lograr que todo el CNH aceptara una porquería. Al delegado que metía la pata, lo esperaba la asamblea de su escuela, al día siguiente; y a la sesión inmediata del Consejo ya sabíamos cómo le había ido. Para maniobras poco claras éramos demasiados: más de doscientos delgados y unas ochenta escuelas. Sólo al final se pudo “transar” descaradamente, pero eso mejor no lo discutimos porque el Partido Comunista, como siempre, no queda muy bien parado que digamos” (González de Alba, 1984:73).
Como se lee en las citas anteriores, las diferencias que confrontaban a los distintos sectores del movimiento, tendían a ser de orden estratégico y sus alas izquierdas, se inclinaban por darle a la lucha un carácter superior al circunscrito a los seis puntos del pliego petitorio. Estas discusiones posibilitaban que en amplios sectores de vanguardia comenzaran a ser cuestionadas las direcciones tradicionales del movimiento estudiantil que respondían al partido en el poder como la FNET o a la política del Partido Comunista. A pesar de que las juventudes comunistas tenían un trabajo importante con los estudiantes de las normales rurales y la provincia, en la UNAM y el IPN su inserción era bastante débil, producto de la deslegitimación del stalinismo a nivel internacional y la crisis política del PCM que se venía gestando durante los años previos y que era el producto de su política y su estrategia, a la cual nos referiremos a continuación.
Durante toda la década del ´50, el Partido Comunista estuvo subordinado políticamente al PRI. Esta adaptación al priato fue la consecuencia nacional de la estrategia de colaboración de clases de la Internacional Comunista stalinizada. Aunque ésta es disuelta por Stalin en 1943, el PCM va a continuar bajo la directriz del PCUS. La actuación del PCM estuvo enmarcada en dos grandes premisas del stalinismo, adecuadas a la realidad nacional:
Hasta 1945, sostenía que el mundo estaba dividido en dos grandes polos, el “democrático” y el fascista, donde la tarea de los comunistas era apoyar el polo democrático. Esto incluía alinearse con los imperialismos que combatieron a Alemania durante la guerra. (6)
Una concepción etapista de la revolución, que en las semicolonias o en los países “semifeudales” determinaba que las tareas revolucionarias estarían constreñidas al terreno de la revolución burguesa (7).
Esta estrategia, en el caso de México, se expresó en la política de “unidad a toda costa” que implicaba el apoyo a la burguesía nacional encarnada por el PRM y el general Lázaro Cárdenas, que significó el atenazamiento, con la complicidad del Partido Comunista y la dirección de Lombardo Toledano, del movimiento obrero al partido oficial y por esa vía al Estado.
La política comunista desde los ´30 se sustentaba en la concepción de que la Revolución Mexicana de 1910 estaba todavía en marcha y debía ser profundizada como revolución democrático-burguesa. Esto era la tarea de primer orden de los comunistas y debía hacerse de la mano de la burguesía nacional “progresista” y del PRM primero y luego del PRI.
México, considerado como un país semifeudal, tendría que transitar por un largo periodo de “construcción capitalista” que abriría el camino remoto a la revolución socialista. Las implicaciones políticas de esta estrategia llevaron al PCM a ir a remolque de la burguesía nacional y realizar grandes claudicaciones políticas en la lucha de clases. Por ejemplo, ante las grandes gestas del Movimiento Revolucionario Magisterial, que enfrentó a la burocracia del SNTE, Encina, secretario general del PCM, planteaba que: “Para mantener la unidad y a pesar de las mutuas ofensas, sean éstas justificadas o no, los maestros deben llegar a un acuerdo con el SNTE y presentar sus demandas a la Secretaría de Educación o en caso necesario al Presidente” (Verdugo, 1977:44).
De igual modo, frente a la huelga ferrocarrilera, que terminaría con la ocupación militar de las plantas, fábricas y estaciones y la aprehensión de miles de obreros, el PC sostuvo una línea vacilante, que en los hechos apoyó a la burocracia frente a la verdadera revuelta antiburocrática empujada por la organización de la base mediante los comités por aumento de salarios.
Durante el cardenismo surgieron las principales direcciones y organizaciones del movimiento estudiantil, todas subordinadas al gobierno. El PCM, acorde con su política nacional se va a convertir en un verdadero obstáculo para que los estudiantes se organicen de forma independiente creando expectativas en la FNET, que en 1968 sería expulsada del movimiento estudiantil. En los años posteriores, la “unidad a toda costa” en el estudiantado se expresaría en acuerdos con estas mismas direcciones pretextando la alianza contra la clerical Asociación Católica de Jóvenes Mexicanos impulsada por la clase media conservadora rural dirigida por la iglesia, que llegó a aglutinar a 36 mil miembros. Frente a los procesos previos al ´68 como el movimiento de los camiones o la huelga del IPN de 1956, que terminó con la ocupación militar de sus instalaciones, la juventud comunista y la CNED, dirigida por la primera, nuevamente intentaron no romper la unidad con la federación estudiantil prisita (FNET) mientras la base estudiantil la repudiaba. Esta actuación le valió perdida de inserción en sectores del movimiento de masas y el descontento en sectores de su juventud, que se expresó en la ruptura de muchos militantes, desde el mítico José Revueltas hasta Raúl Álvarez Garín, abriendo una crisis crónica que terminó varios años después con su disolución (8).
Para 1968, este desprestigio se vio atizado por la irrupción del movimiento estudiantil que de forma espontánea rebaso por izquierda la política conciliadora del PCM y desestabilizó al régimen posrevolucionario que enfrentaba su primera gran crisis de dominio. De ahí que tanto la juventud comunista como el PCM hayan tenido un rol secundario en la dirección del CNH. Lo cual no impidió que la dirección del partido bregara para intentar convencer a su juventud de contener la radicalización del movimiento como muestran los testimonios de los mismos militantes comunistas. O que algunos de estos, buscaran negociar a espaldas del movimiento como ha sido denunciado por muchos de los participantes. Esto era la consecuencia de una estrategia política y no de una acción aislada, que chocaba con un movimiento que tendencialmente cuestionaba el orden capitalista, en contra de la estrategia conservadora del estalinismo. Después de la represión del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, con la aprehensión y asesinato de cientos de activistas combativos, los comunistas tomarían el timón para levantar la huelga y desmovilizar al estudiantado contra las posiciones del CNH y su vanguardia.
Sobre el carácter del movimiento estudiantil
Para el marxismo clásico, el movimiento estudiantil tenía un rol muy restringido desde el punto de vista revolucionario, sin embargo, en determinados momentos del siglo XX, la reconfiguración social y política de los estudiantes abriría la posibilidad de que surgieran alas izquierdas que se hicieran parte de la lucha revolucionaria contra la clase dominante. En la primera mitad del siglo XX, desde el movimiento de reforma universitaria que comenzaría en la ciudad de Córdoba Argentina y se extendería por todo el continente, el movimiento estudiantil sentaba una tradición propia.
Como plantea un análisis: “El cuestionamiento a la universidad clerical, cerrada sobre sí misma, implicó un intento de ligazón a las problemáticas sociales y a la clase trabajadora. Esto se expresó, en la Argentina, en el apoyo a los trabajadores que protagonizaron la “semana trágica” por parte de las federaciones universitarias de Córdoba y Santa Fe; pero este apoyo fue sólo de una minoría del movimiento estudiantil. En Perú y Cuba por el contrario surge un gran ejemplo de la búsqueda de unidad con el movimiento obrero y de generar un conocimiento útil a los explotados. Surgirán así las Universidades Populares que tendrán por objetivo acercar el conocimiento producido por los estudiantes a la clase trabajadora. Dirá Mella: “La Universidad Popular José Martí (…) no es el arma definitiva y única con la que el pueblo cuenta para su emancipación (…) ella destruye una parte de las tiranías de la actual sociedad: el monopolio de la cultura.” Las universidades populares González Prada y José Martí expresan un avanzado intento de unidad entre el movimiento estudiantil y el movimiento obrero. Esto se expresa por ejemplo en los estatutos de las mismas; la universidad cubana establecerá por ejemplo que “la universidad popular de acuerdo con los principios enunciados, procurará formar en la clase obrera de Cuba, una mentalidad culta, completamente nueva y revolucionaria. Su correlato en Perú será el esta­blecimiento, en el estatuto de la Universidad González Prada de la obligación de intervenir en los conflictos obreros sobre la base de la “justicia social” (9).
Pero va a ser en las décadas de los ´60 y ´70, que el movimiento estudiantil se cuele de forma intempestiva en la historia y desarrolle sus aspectos más revolucionarios. Tal es el caso de los estudiantes chilenos durante el ascenso previo al golpe militar, de los estudiantes argentinos que acompañaron la insurrección obrera conocida como el Cordobazo o la gesta del mayo francés que comenzó como una revuelta estudiantil para configurarse como una verdadera huelga general obrera contra el régimen.
En sus expresiones más avanzadas, la lucha estudiantil ha puesto a la orden del día la democratización de las instituciones de educación, formas tripartitas de gobierno, planes de estudio orientados a resolver las necesidades más apremiantes de las masas y la solidaridad con los trabajadores. Pero aún en este nivel de radicalización, los estudiantes como sector, tienen una limitación objetiva, que trasciende su voluntad revolucionaria ya que carecen de la posibilidad de paralizar al sistema capitalista. Por ello, la unidad obrero-estudiantil, que implica que los estudiantes hagan suya la lucha de los trabajadores y viceversa, es un punto indispensable y planteado por las distintas gestas de los propios estudiantes
En esta unidad, yace la posibilidad de algo más profundo, que se condensa en la consigna parisina del ´68: “del cuestionamiento de la universidad de clases al cuestionamiento de la sociedad de clases”. Si los estudiantes pueden abonar con su acción a la caída de la “tiranía de la cultura”, a decir de Julio Antonio Mella, la tiranía de la explotación, basada en el robo que hacen los capitalistas del trabajo ajeno, sólo puede ser enfrentada por la clase obrera, aunque su lucha reciba una enorme energía de la unidad con los estudiantes.
Hacia un balance estratégico del movimiento del 68
Los elementos avanzados del ´68 mexicano no deberían ocultar en nuestra reflexión las limitaciones que se expresaron en la lucha. Hemos hablado en los apartados anteriores, de la gran fortaleza que dio al movimiento su organización democrática, la huelga con toma de instalaciones, la autodefensa y la labor permanente de las brigadas. Sin embargo, la dinámica de la lucha lo llevó a confrontar al régimen del PRI y a plantear la necesidad de una salida revolucionaria para su derrocamiento. Pero esta perspectiva –la del derrocamiento del régimen capitalista– no podía hacerse efectiva sin el concurso de la clase obrera, retomando el camino de unidad de los obreros y estudiantes parisinos que hicieron temblar a toda Francia durante mayo. Esta posibilidad se empezaba a atisbar en el acto de “desagravio del lábaro patrio” donde los trabajadores presentes repudiaron al gobierno. Otro ejemplo de esto es lo que narra González de Alba, a propósito de la manifestación del dos de octubre: “Se notaban particularmente las gorras azules de los ferrocarrileros y sus mantas con el número de las secciones sindicales presentes, también podían verse mantas de electricistas y otros sindicatos. Los “charros” van a tener mucho trabajo este año, pensé, es en las organizaciones populares controladas por el gobierno donde el movimiento ha causado mayor impacto; en seguida caí en la cuenta de que el aspecto del mitin era muy distinto al de los anteriores: a simple vista podía observar que no era, de ninguna forma, un mitin estudiantil; no sólo por la gran cantidad de mantas y carteles que así lo demostraban, sino por el aspecto mismo de la gente; era un mitin de personas atentas, vestidas con ropa en la que predominaba el azul-gris, el café oscuro; faltaba la bulliciosa ingenuidad de un mitin universitario, el colorido de los suéteres y camisas sport, las mallas, las minifaldas de dibujo escocés, las barbas estrafalarias y las cabelleras largas. La mayor parte de los asistentes estaban concentrados, atentos y respondían a los oradores con un rugido unánime que terminaba pronto en aquellos rostros concentrados” (González de Alba, 1984:180).
La propia dinámica de la lucha empujaba hacia la unidad con los trabajadores, más concretamente, la agitación estudiantil, reanimaba, después de meses de rebelión, la llama que dejaron encendida los ferrocarrileros. Si esto se desarrollaba, México podría entrar en una dinámica revolucionaria de carácter más generalizado como la que sacudió a otros países de América Latina y Europa. Ante eso el priato se decidió por el derramamiento de sangre y la brutal represión, lo cual fue solapado por las direcciones burocráticas del movimiento obrero que durante todos los meses previos, dejaron aislado al movimiento estudiantil.
Si bien durante la lucha del ´68, importantes sectores independientes –tanto de estudiantes como de trabajadores– se enfrentaron a la política del PC y expresaron un alto ánimo de combate, no existía una organización sólida e influyente de la clase obrera que pudiera, de forma organizada, plantear una política claramente alternativa, que pusiera su fuerza en soldar la unidad obrero-estudiantil y ganar para un proyecto revolucionario a los cientos de jóvenes que se lanzaron a la lucha. Una organización que, a pesar de la derrota, se preparara para nuevos ascensos y sentara las bases para la construcción de un partido revolucionario en México. Los pequeños grupos trotskistas, que se hicieron parte activa del movimiento, eran muy débiles como para dotar al mismo de una política efectivamente alternativa y sentar las bases de una organización superior. Aún así, el ´68 es el caldo de cultivo donde nuevos cuadros, activistas y militantes se templan para nutrir distintas variantes estratégicas como la guerrillera, que tiene una experiencia trágica en México y que requiere un balance aparte. En el caso del trotskismo, sería hasta los setentas que, de la fusión de varios grupos de tradiciones distintas, surgirá el Partido Revolucionario de los Trabajadores. A pesar de su influencia en el estudiantado, en la intelectualidad, las clases medias y el movimiento obrero, el PRT se dividió y entró en una profunda crisis aún muy joven, producto de una estrategia equivocada, que lo llevó a disolverse presionado por la “marea democrática” de los ochentas o en movimientos no proletarios como el del FZLN. La historia de esta crisis del PRT, también merece un estudio aparte.
Según Gilberto Guevara Niebla en la introducción de su libro La democracia en la calle, el movimiento estudiantil se dividió en dos tradiciones, que datan de la reforma universitaria de 1929: la liberal y la popular. Dicha división estaría atizada por la discusión que libraron Antonio Caso y Vicente Lombardo Toledano, a propósito de “el carácter socialista” de la educación que proponía Lombardo en detrimento de la libertad de cátedra que proponía Caso. De este gran debate, según Guevara Niebla, se conformaron dos alas, una formada por liberales y socialistas independientes y otra por lombardistas, socialistas y comunistas que formarían la Confederación de Estudiantes Socialistas de México, la Federación de Estudiantes Campesinos y Socialistas de México y la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos, esta última dirigida por los fundadores del PRI. La tradición liberal acabó por corromperse y diezmarse y, según este autor, la tradición popular permaneció luchando por educación popular y se confrontó cada vez más con el gobierno frente a su derechización después del ´40. Sin embargo, esta “tradición popular” esta circunscrita a la influencia de los comunistas y la política de la que hemos hablado anteriormente, atravesada por concepciones estratégicas que la llevaron a cuadrarse permanentemente ante la lógica de la conciliación de clases. Una tercera tradición, que omite Guevara Niebla, se ha manifestado en momentos de ascenso del movimiento estudiantil; aquella que, de forma espontánea, motorizada por un sentimiento de combate y rebeldía, ha peleado incesantemente por la independencia del movimiento frente a los partidos patronales. Se expresó en el ´68 y se expresó en la huelga de 1999, donde cientos de jóvenes rompieron con la “nueva burocracia estudiantil” encarnada por una ruptura del propio PRI, el PRD. Esta generación fue, como la del 68, tratada con desprecio por la intelectualidad y denominada despectivamente por los medios de comunicación como “ultra”.
Pero la energía de estos sectores que giraron a izquierda al calor de la lucha de 1968, careció de referentes estratégicos alternativos, anclados en una tradición marxista revolucionaria de larga data. En México, como lo demuestran las contradicciones del propio movimiento estudiantil del ´68, no han existido grandes organizaciones de la clase obrera, como expresión orgánica de la independencia de clase. El movimiento obrero, atenazado y traicionado por sus direcciones charras, ha tenido que remar contracorriente, como lo demostró la huelga ferrocarrilera.
En estos giros a izquierda tanto del movimiento estudiantil y en primer lugar del movimiento obrero yace la posibilidad de poner en pie una organización revolucionaria en México y transformar su energía de lucha y combatividad en algo superior, al hacerse parte activa y militante de la construcción de una herramienta de clase, que encarne el proyecto socialista y que intervenga en las gestas del movimiento estudiantil y del movimiento obrero con un objetivo estratégico común, aprendiendo de las derrotas y construyendo, con su práctica cotidiana, nuevas victorias. Un proyecto de sociedad compartido, sustentado en una estrategia, un programa y una política común. Este grado de concreción, solo puede venir de la mano de la construcción de un partido revolucionario, que fusione a los estudiantes, en su carácter de intelectuales revolucionarios y a las capas más conscientes y resueltas de los trabajadores. Tratar de recuperar esta tradición, la del marxismo revolucionario y que se haga carne en sectores de izquierda de los estudiantes, es la tarea que desde la juventud de la LTS-CC hemos tratado de impulsar con nuestras modestas fuerzas. Bajo esta perspectiva estratégica es que orientamos nuestra política e intervención en la huelga universitaria de 1999 y la que sigue guiando nuestra acción hoy en día, preocupados por que sectores de estudiantes que hoy despiertan a la vida política, abracen las banderas de la revolución.
BIBLIOGRAFÍA
Alonso, Antonio
1972, El movimiento ferrocarrilero en México 198/1958, Ediciones Era, México
Casez, Daniel
1993, Crónica 1968, Plaza y Valdéz, México
Guevara Niebla, Gilberto
1988, La democracia en la calle, Siglo XXI, México
González de Alba, Luis
1984, Los días y los años, Ediciones Era, México
Thomas, Jean Baptiste
2008, Cuando obreros y estudiantes desafiaron al poder, Ediciones IPS, Buenos Aires
Notas:
(1) Consultado en http://www.dgi.unam.mx/rector/html/set02oct08.htm el día 5 de octubre de 2008.
(2) Subrayado nuestro.
(3) Esto no niega que el análisis “contracultural” plantee algunos aspectos parcialmente correctos.
(4) En ese entonces Secretaria de Comunicaciones y Obras Públicas, antecedente de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes.
(5) Según los distintos testimonios los mítines espontáneos y los grupos de brigadistas eran constantemente agredidos por el ejército y muchas de las desapariciones forzadas se dieron durante estas actividades. Los mítines itinerantes se convirtieron en la forma de difusión más efectiva del movimiento y eran los estudiantes del politécnico los que, subidos a camiones del Instituto, viajaban por toda la ciudad, parando por todos lados y agitando en las calles.
(6) Esta es la justificación de la política de “coexistencia pacífica” del stalinismo con el imperialismo que pactaron el orden de Yalta y Postdam dividiéndose al mundo en sus “zonas de influencia”. La intención de la burocracia de Moscú, era preservarse a si misma y para ello se convirtió en un aparato verdaderamente contrarrevolucionario que liquidó la posibilidad de la revolución en occidente.
(7) Bajo esta premisa, el stalinismo le impuso al Partido Comunista Chino la alianza con la “burguesía nacionalista” organizada en el Kuo Mi Tang con la consigna de que China, al ser un país semifeudal, tendría que realizar primero su revolución burguesa. Esta política terminó con la matanza de los comunistas chinos a manos del propio Kuo Mi Tang.
(8) Para el XIII congreso del PCM ya había iniciado el proceso de “desestalinización” en el PCUS. El PCM se encontraba en una profunda crisis y dicho congreso, realizaría un balance de la actuación previa. La base del partido y sobre todo la juventud, se entusiasmó con la posibilidad de dar un giro en la política impuesta desde Moscú. El congreso resolvió votar una relativamente nueva dirección con este balance que en última instancia, resulto absolutamente parcial y no rompió con la estrategia stalinista de las décadas previas. Según el balance del propio Verdugo, considerado por los comunistas como el gran “reformador”, el principal problema de la Internacional Comunista eran “los métodos de excesiva centralización, que estorbaban la elaboración de la estrategia revolucionaria de cada Partido y de la búsqueda de sus propias vías de impulso al movimiento revolucionario”. Verdugo hace una crítica parcial a la actuación de la IC frente al Partido Comunista de Yugoslavia dirigido por Tito al que se acusa de estar formado por “criminales antirevolucionarios”. Pero consideraba que “La Internacional Comunista desempeñó un papel esencialmente positivo. Contribuyó a aglutinar a los elementos comunistas y a formar los partidos, a difundir la experiencia de la Revolución Socialista de Octubre y del partido bolchevique”. Ni una palabra sobre las cuestiones estratégicas más importantes de la degeneración stalinista: la teoría del socialismo en un solo país, la coexistencia pacífica con el imperialismo a la salida de la segunda guerra, la política de frente popular, etc. Sobre el carácter programático de la revolución mexicana, a pesar de ciertas críticas al “etapismo” de los años previos, los congresos de “reforma” adquirieron una definición igualmente ambigua. Según sus documentos, la próxima revolución mexicana sería “democrático-popular y antimperialista” y “Por el tipo de Estado que crea, la nueva revolución superará los marcos de la democracia burguesa (…) y preparará el advenimiento de la democracia socialista. Por las transformaciones económicas que realiza, la nueva revolución debilitará las bases del capitalismo y creará las condiciones materiales para el paso al socialismo”. La “reforma desestalinizante” no significó ningún viraje profundo en el seno de los partidos comunistas a nivel internacional, que terminaron estallando en pedazos o convirtiéndose cada vez más en agentes del régimen, como el Partido Comunista Francés, cuya acción política estuvo orientada a desactivar el proceso huelguístico del mayo y a evitar la unidad obrero-estudiantil que sacudió las calles del barrio latino de París.
(9) Consultado en http://www.pts.org.ar/spip.php?article8855 el día 20 de octubre de 2008. Elaboración a cargo de la agrupación estudiantil Tesis XI.